Es un dia gris. Desde mi ventana veo caer la lluvia, ahora mansa, si bien hace apenas un instante las gotas, más abundantes, se precipitaban en oblícuo, empujadas por el viento del este. Observo la línea de gingkos, con sus notorias diferencias: el más grande, situado a la izquierda, también es el más frondoso y conserva todavía en muchas de sus hojas el lustroso color verde; le sigue otro ejemplar más pequeño, casi un arbusto, apenas una estaca con escasas hojas en la parte superior, todas cercanas al amarillo; el siguiente prácticamente no se distingue, por lo pequeño que es, y finalmente el cuarto y último, segundo en tamaño, va vestido con un hermoso color amarillo profundo. Más arriba, la verde hierba transmite una sensación de sosiego y melancolía que inunda mi estado de ánimo; si sigo levantando la vista, los colores rojizos, ocres, amarillos y verdes, salpican aquí y allá el paisaje otoñal, hasta perderse en la línea de tilos, casi desnudos, dispuestos a lo largo de la carretera y que desde mi perspectiva parecen rozar las nubes bajas de este dia de noviembre.
Mi mente divaga; los pensamientos vienen y van sin que voluntariamente me esfuerze en concentrarme en algo determinado, salvo la percepción de la belleza que aprecio delante de mi. Se suceden los datos archivados en la memoria, presentados al azar y sin orden, como repartidos tras ser barajados por una mano veleidosa. Decido sentarme en la butaca y leer un suelto de la revista semanal de un diario; no soy capaz de concentrarme en la lectura: leo pero no logro captar el sentido de las palabras, su significado...decido dejarme paulatinamente embargar por la incipiente indolencia y cierro los ojos, hasta quedarme profundamente dormido...
Tras consultar el reloj calculo que han transcurrido unos veinte minutos; más despejado decido conectar el ordenador y echar un vistazo a las noticias: todo sigue más o menos igual, y sin embargo soy consciente de que también todo ha cambiado, depende del color del prisma con que se mire...
Repaso lo relevante sucedido en la jornada y encuentro que lo más destacable fué la sorpresa de la visita de mi hija, que anda metida en un mar de dudas, pendiente de la elección de destino para realizar unas prácticas necesarias para completar sus estudios universitarios. Se acercó a la ciudad por una cita médica y me agradó estar con ella y charlar sobre sus inquietudes; abrazados por la cintura caminamos un rato mientras escuchaba el torrente de información que me iba trasladando. Ayer noche habló de Manaos, en la amazonía brasileña, también de Campinas en el estado de Sao Paulo, de Sao Leopoldo, en Rio Grande do Sul, cerca de las fronteras paraguaya y uruguaya, y finalmente de Niterói, en la costa del estado de Rio de Janeiro. Por lo visto tiene fijación por Brasil, por lo cual está también cursando estudios de portugués. Me he pasado estos dias compartiendo con ella y su madre la búsqueda de información acerca de la seguridad de las ciudades en las que tiene previsto residir parte del próximo año académico, sus aeropuertos y líneas, su oferta cultural y de ocio, la calidad de sus universidades...
Pienso en nuestros jóvenes, en sus capacidades, en su formación, en su futuro. Inexorablemente van despegando y en sus vuelos nos van dejando atrás. A mi mente viene la imagen de las aves en el nido, parejas que van alimentando a sus pollos, que se turnan en salir a por alimento para sus crías, en tanto uno de ellos hace guardia. Los pollos, a medida que crecen y se desarrollan, van ejercitando sus alas bajo la atenta mirada de uno de sus progenitores, hasta que un buen día abandonan ese lugar que le sirvió de cobijo en un vuelo inicialmente indeciso y corto, que no es más que el preludio de otros cada vez más largos, altos y majestuosos.
Orgulloso, tal vez como el ave, espero y deseo que como en la metáfora empleada, mi hija esté pronto preparada para asumir el reto que se ha marcado. Siento que mi etapa de nido compartido, aunque sólo ya sea en algunos fines de semana, va llegando a su fin. Mientras tanto no puedo más que seguir dándole el apoyo que necesita, ilusionado tanto como ella en su crecimiento como persona. ¿Quién me iba a decir que aquella preciosa y entrañable niñita rubia, tan alegre, que yo estrechaba en mis brazos, tras su dificil travesía posterior, que nos llenó de tantas preocupaciones, ahora se destape con semejante propósito de alejarse de tal manera, con todo un océano de por medio?.
La vida, desde luego, se vuelve cada vez más exigente y sorprendente, y en su discurrir, nos obliga a todos a redoblar nuestro esfuerzo, a apuntalar nuestras obligaciones, a buscar nuevas inquietudes, y quizá por eso merezca tanto la pena vivirla, aprovecharla, paladearla: ¿quién sabe que nos deparará el mañana...?.
En soledad reflexiono y llego al convencimiento de que es necesario vencer mis inseguridades, mis dudas, mis miedos; debo prepararme a fondo y hacerme fuerte, venciendo mis debilidades, para presentarme sin fisuras como la roca que sirva de apoyo al porvenir de mi familia. Mientras lo hago, me concentro en ahuyentar posibles desfallecimientos, y escribo...
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