Las frondosas copas de los selváticos árboles apenas dejan pasar la luz solar. El clima es cálido y húmedo, pegajoso, oprimente, casi irrespirable; me muevo con dificultad, llevado por el instinto ancestral de los de mi especie, consciente de estar recorriendo el mismo camino que muchos otros han seguido anteriormente. Oigo los sonidos entrelazados, zumbidos agudos, mugidos graves, aullidos chillones, cantos monótonos, gruñidos cortos, algunos de ellos, en ocasiones, sostenidos guturalmente, que provienen de la diversidad que puebla el hábitat que a duras penas voy atravesando. No levanto la vista, no es necesario, reconozco perfectamente esos sonidos y los identifico con todas y cada una de las criaturas que los emiten; tengo mucha experiencia, adquirida a lo largo de una ya extensa vida, y me siento cansado, muy cansado...
A mi mente acuden muchos recuerdos, muchas experiencias: pienso en todos aquellos que conocí, que traté, que de algún modo me ayudaron o guiaron. Muchos ya no están, cuestión ésta que todos aceptamos mal, justificando su ausencia con la consabida resignación y la tan manida frase "es ley de vida", aunque tal vez debería emplearse con más propiedad y sentido la frase "es ley de muerte". Acompañado por los recuerdos, en mi conscientemente buscada soledad, pues este recorrido debo hacerlo en solitario, camino a paso cansino, con una lentitud que puede aparentar ser exasperante, pero que es acorde con mis actuales circunstancias. Concentrado en la marcha, avanzo abstraído y atraído por una poderosa llamada, que no me es posible ignorar.
Aparto las ramas y el follaje con mi probóscide, no me detengo a paladear los frutos y bayas, ya no dispongo de mucho tiempo. Ignoro incluso los infrasonidos peligrosos que detecto, esos que me ponen sobre aviso de la cercanía de algún depredador, pero sé perfectamente que debo proseguir la marcha, cumplir con mi cometido y pienso que el propio movimiento, constante, es el mejor antídoto contra el miedo y también la mejor defensa ante mis enemigos naturales, que esperan pacientes mi agotamiento. Con la cabeza baja, la mirada fija y decidida hacia el suelo, recorro la senda milenaria, de tiempos insondados, casi eternos...
He vivido, he sobrevivido al "must", la naturaleza me hizo fuerte pero no agresivo; me he comportado como un animal social, relacionándome con los de mi especie, integrándome en grupos, aunque también he podido relacionarme con otras, en equilibrio: la naturaleza es sabia y da recursos para todos, si la respetamos. Lo de "elephas maximus" me parece un tanto excesivo y creo que es tan solo una etiqueta, pues soy muy consciente de que mis antecesores eran de mayor tamaño y disfrutaron de mayores áreas en las que vivir y desarrollarse; el hábitat de todas las especies mengua de forma irremisible bajo la nefasta influencia de aquellos que se autoproclamaron "reyes de la creación", y que impusieron ese ridículo nombre latino a los de mi especie, empleando su persistente ánimo de catalogación, ¡son tan simples!. En nuestro planeta se está dando la paradoja de que aquellos que más evolucionaron son precisamente los que más nos están poniendo en peligro, incluídos ellos mismos: desde ese punto de vista la evolución, lejos de ayudarnos, nos está perjudicando gravemente.
Me siento débil, el esfuerzo me agota, pero por fortuna una creciente y progresiva intensidad lumínica presagia que ya me encuentro cerca del final de mi camino; la senda bajo la selva se ensancha y la superficie arbolada, que los romanos denominaron "silva", va clareando, dejando tras de si, poco a poco a la vista, un pequeño valle rodeado de verdes montañas. Mi instinto para seguir el rastro, las huellas de mis antecesores, me han guiado hasta aqui. Penetro en el valle con decisión y satisfacción, al tiempo que me van invadiendo sentimientos contrapuestos, sobrevolados por la emoción contenida y una profunda alegría...
Acaricio las osamentas, los esqueletos de mis congéneres, de aquellos que me han precedido: me identifico con ellos, "soy" uno de ellos, siempre lo he sido, jamás he abandonado ese convencimiento. Algunos, muy pocos, han llegado recientemente, sus caídos y abandonados corpachones todavía están siendo aprovechados por los carroñeros: la naturaleza también es "utilitaria" y reparte a cada actor su papel. Alzo la vista y distingo el vuelo concéntrico de los buitres, a la espera de su turno. Pienso dedicarme a recorrer pacientemente el cementerio, como homenaje a todos los que aquí se encuentran, hasta que las fuerzas me abandonen definitivamente; lo siento como un deber, como una obligación, pero también deseo hacerlo, consciente de que al mismo tiempo que lo llevo a cabo, doy ejemplo, como lo han hecho mis antecesores: no soy más que un eslabón de esta cadena y muchos otros vendrán tras de mi.
Tras el largo y penoso camino he alcanzado el fin de ciclo y estoy muy orgulloso y feliz por ello. Tengo claro que habrá otra vida después de esta vida, debo reciclarme: no necesito añadir más, espero que el mensaje sea comprendido...quizá tan solo debería añadir que mi preferencia hubiese sido otra, que me hubiese gustado haber realizado el trayecto trompa con trompa con mi compañera, pero los hados no fueron propicios en esta ocasión.
(...Y en el momento de expirar, el agotado, pero feliz elefante blanco barruntó con todas las fuerzas que le quedaban: ¡Game over!.).
ooOoo
No te preocupes que todas las trompas acaban pasando, y al final siempre apareces en cama, o cerca de ella. Pero por Dios, deja de beber que nos haces sufrir a todos.....
AdoAdo