Amigo Vicente, antes de nada tengo que agradecer tu preocupación por mi fé. Sé que tus problemas de riego te hacen ser otro, tu clara descoordinación espacio/tiempo provoca que quieras salir de un sitio cuando todavía no has entrado, ya me llegaron noticias (dicen que incluso hay fotos) que te muestran enfrente de la puerta de la oficina, parado, mirando con los ojos desorbitados, queriendo salir estando todavía en la acera. No pasa nada, el exceso de grasa y etanol que tienes acumulado es lo que tiene, mientras pudo fue saliendo por la pilosa pelambrera que te recubre pero llega un momento (suele pasar al llega a los 50) en que la evacuación se bloquea y produce episodios como el descrito. Tú tranquilo, yo siempre guardaré el recuerdo de cuando estabas sano.
Pero yo te quería hablar de otra cosa, algo que debía haber sacado a la luz hace mucho tiempo, pero, conocedor de la fragilidad mental de la pandilla y, por que no decirlo, por pudor, fuí guardándolo, metiéndolo dentro y llega un momento en que por muy fuerte que uno sea (que lo es) una carta, una mala digestión, un pajarillo que cruza veloz y se estampa contra una ventana, te provoca una sobredosis de realidad y creo que, dado que mis 50 no andan muy lejos, es el momento de abrir el armario y confesarlo: ALA ES GRANDE, soy mahometano, musulmán, oriental, por fín ví la luz. Es por eso que aunque con el debido respeto, no puedo celebrar Sanamaro, ni, por supuesto, comer carne de cerdo, de bebidas alcoholicas ni mencionarlas.
Te envío los últimos vestigios de mi anterior credo, unas fotos de cuando devotamente circundaba la maravillosa ermita del siglo XVII que los pecadores le han levantado al santo en Matamá. Tu carta me hace pensar que eres la persona idónea para custodiar ésas reliquias.
Si ves al Lago por ahí dile que mi nueva religión me prohibe valorar la blasfemia que, cual patada en el hígado, lanza en su envenenada misiva, enmascarada con unas primeras frases de apoyo para que, finalmente, el dolor sea mas grande.
Salam Malecum