A través de la pequeña ventana abierta del cuarto de baño, reflejada en el espejo, el hombre advirtió que el dia amanecía esplendoroso. Había dormido mal y el efecto de la luz solar le animó, al tiempo que contemplaba su ojeroso rostro, mientras se aplicaba el gel de afeitar, tras haberse espabilado como pudo en la ducha. Su estado de ánimo cambió repentinamente, justo en el momento en que un cuervo, con su traje negro, se posó en el ventanuco y emitió su desagradable graznido.
-¡Tu puta madre!, le respondió el hombre, en tono desabrido.
Desnudo frente al espejo, examinó a la persona que tenía delante: su propia contemplación le desanimó tanto que tras enfundarse el habitual tipo de traje, tan gris como su vida, salió de mala hostia de casa, decidido a putear al primero que apareciese por delante. En su coche, en el trayecto hacia la oficina,se dedicó a tocar el claxon a todos los cabrones con que se cruzaba o adelantaba, a los que insultaba a gritos.
-¡Qué miras,maricona!-le espetó a una pobre señora que pretendía cruzar correctamente en verde, en el semáforo, con la prevención aseguradora que da la edad.-¡Gilipollas,payaso,subnormal!-se deshacía a gritos contra el conductor del vehículo que le precedía, tras haber respetado este el ceda del paso en una intersección...
Entró en la oficina con los ojos inyectados en sangre, dibujado en su boca un rictus a medias entre la ira que sentía y el dolor de estómago y de hemorroides que le torturaban en los últimos tiempos. A los buenos dias con que le saludaron los compañeros respondió con un ladrido contenido, y todos le miraban de reojo, sopesando el impacto de las fuertes emociones que parecían avecinarse. Al ir a colgar la chaqueta en el perchero se tropezó, y furibundo se revolvió lanzándole una patada al invento, con tan mala suerte que le dió de lleno, derribándolo contra el cristal de la puerta, que saltó deshecho en mil pedazos, y provocándole un terrible golpe en el empeine, que le hizo aullar de dolor.
-¡Me cago en Dios, en Jesucristo y en su puta Madre...!, gritaba fuera de sí ante la estupefacción del resto de empleados.
El jefe, como no podía ser de otra manera, no tardó en asomar por la puerta, incrédulo e inquisitivo, con la mirada acerada...
-¡Gómez!-¡qué le ocurre!, ¿está usted loco?.
Y el pobre Gómez, doliéndose, manteniéndose a duras penas de pie, a saltos sobre la pierna que había quedado incólume, volvió su cara airada y congestionada hacia el jefe...el cual, al ver el sufrimiento de aquel imbécil, dejó momentáneamente la captura de la pieza que iba a cazar y le informó solemnemente que se personase en diez minutos en su despacho...Camino del broncario (asi denominaban los empleados al despacho del jefe,por razones obvias),Gómez se cruzó con la dulce e ingenua mirada de Elenita. Elenita, la dulce Elenita,era la secretaria del jefe, ya talludita, solterona y siempre pulcramente vestida, si bien alejada de los designios y tiranía de la moda. Tenía un cierto aire anacrónico, que lejos de afearla le aportaba un cierto estilo personal que la identificaba claramente.No era guapa ni tenía buen tipo,pero en conjunto tenía "algo", un buen pasar, a pesar de aquellos labios tan repintados que tanto disgustaban a Gómez. Elenita le sonrió tímidamente, franqueándole el paso hacia el despacho, dejando tras de si el aroma floral de su, un tanto mareante, perfume. Gómez cerró la puerta y se encontró con el jefe sentado a su mesa, concentrado en la lectura de un papel que miraba fijamente. Sin levantar la vista le ordenó que se sentara, y Gómez, obediente, lo hizo de inmediato, a la espera de recibir la muy justificada bronca. El jefe, un tipo de mediana edad, pícnico, con esa rechonchez que define a los que son extremadamente felices comiendo, poseía una cara también redonda, enorme en proporción con el resto de su anatomía, colorada en las mejillas, y sin rastro capilar alguno, tanto en la cocorota como en la parte mandibular, sin asomo de barba. El conjunto hacía gala al mote con que le habían bautizado (Manzanita). El jefe -Manzanita- se demoró en la lectura del documento, inexpresivo, y al acabar, con media sonrisa, ladeó el cabezón e introdujo el papel en uno de los cajones de la mesa. Al encontrar la mirada de Gómez, bruscamente cambió la expresión, frunciendo los gruesos labios en un evidente gesto de desagrado. Manzanita se irguió y retrepó en el asiento, puso sus gruesos y blancos brazos encima de la mesa, entrelazando los también gruesos dedos de sus gordas manos. Echó su gordo corpachón ligeramente hacia delante, acercando la gorda carota hacia Gómez, el cual, instintivamente se echó hacia atrás, como queriendo mantener la equidistancia anterior. Las palabras "Querido Gómez" que brotaron del paquidérmico Manzanita, causaron una extrañeza preventiva en Gómez, que intentaba componer una imagen de dignidad. El tono modulado, contenido, monótono, explicativo, medio didáctico que usaba el jefe, fue desconectando a Gómez de aquella situación y de la propia realidad. Gómez, absorto, seguía sin pestañear los movimientos de los gruesos labios, que en ocasiones se abrían, mostrando unos desiguales y pequeños dientes ratoniles, cayendo progresivamente en una especie de hipnosis. No oía. No tenía ni idea de lo que le estaba diciendo y al poco rato cerró los ojos.
Gómez sintió vívidamente la brisa del mar rozándole, en una caricia que le mantenía en un estado de profunda relajación. Se desplazaba ingrávido, leve, flotando, con una beatífica sonrisa dulcificando su normalmente severo rostro. Las sensaciones táctiles le parecían irreales, nunca antes disfrutadas. Manos angelicales le rodeaban y le transportaban, en un abandono total de su cuerpo. A su alrededor se sucedían imágenes de valles frondosos, fértiles, llenos de árboles robustos y bellos, sus ramas extendidas cobijando pequeños pajarillos, que acompasaban inquietos vuelos con maravillosos trinos. Aquel verdor, surcado por encantadores riachuelos de cantarinas y transparentes aguas, se extendía hasta alcanzar las florecillas silvestres que cubrían el manto de los prados, con bucólicas imágenes de hermosos caballos ramoneando, libres. Se le aparecían deliciosas mujeres, luciendo radiantes los blancos e inmaculados vestidos vaporosos, invitándole entre risitas y sonrisas a acompañarlas...Se sentía maravillosamente bien, en un estado de hiperlucidez, sucediéndose ante si, entrelazados, los sueños, uno tras otro, llenos de todo lo que pudiese imaginar o desear. Aquello era la felicidad, lo que había estado buscando durante toda su vida y que no había encontrando ni en la más mínima parte, mientras ahora lo tenía todo, todo lo que quisiera disfrutar. Estaba en el paraíso, en el séptimo cielo, en el limbo...¡Dios, como deseaba que esos momentos no pasaran jamás, que permaneciesen para siempre con el!...
Cuando abrió los ojos,el paquidermo seguía hablando. Ahora pudo entender claramente lo que le decía: hablaba de baja productividad, de mal clima laboral, de retrasos en la entrega de sus trabajos, de faltas de puntualidad y de un posible traslado a otra sección, además, claro está, del descuento en su nómina del coste de reparación del cristal y otros desperfectos de la puerta...
Cuando Gómez salió del despacho, llevaba la compostura y el rostro de los iluminados. Con una amplia y franca sonrisa, se acercó obsequiosamente a Elenita y le comentó lo guapa que estaba esa mañana. Elenita, con ojos sonrientes y brillantes de gratitud, dibujó una pintarrajeada sonrisa en sus labios. Gómez la invitó a tomar café, y ella, recuperada de la sorpresa inicial-nunca le había hablado así en todo el tiempo que habían trabajado juntos-aceptó encantada. Al pasar entre las mesas de los compañeros, Gómez los fue saludando uno a uno por su nombre, interesándose por sus familias, esposas, novias, hijos...parecía otra persona.Decididamente, la felicidad es un estado de ánimo-pensó Gómez-y empezaron a cruzar por su mente los agradables recuerdos de las personas que le habían proporcionado tantos momentos felices de su vida...
18 julio 2011
LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD
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