03 septiembre 2013

DESVARIACIONES VERANIEGAS

O juapiño de Matamá 

El sacerdote no sabía como salir del embrollo en que se había metido con su inacabable homilía; era el último domingo de agosto y a la misa, que se celebraba en la iglesia de Santiago del Deán, habían asistido los feligreses habituales, a los que se habían añadido algunos veraneantes foráneos. En un determinado momento en que el cura detuvo su disertación para hallar el camino que le llevase a un final inteligible y adecuado, los fieles comenzaron a dirigir miradas de asombro y curiosidad, acompañadas de crecientes susurros, hacia las capillas laterales de la izquierda de la única nave, soportada por arcos ligeramente apuntados: un hombre, brazos en cruz, yacía boca abajo, orante, devoto y contrito, sobre el frío enlosado de una de las capillas, y el silencio expectante y repentino del templo permitió escuchar su monótona y casi inaudible letanía...
Días antes el mismo hombre contemplaba la línea del horizonte, "usque ad finem", desde el dorado arenal que se extiende hacia el norte partiendo del promontorio de Porto Nadelas, casi en mar abierto, camino de la parte sur de la ría de Noia. En la playa, frente a las rompientes y espumeantes olas, el sujeto exhibía una intrépida desnudez refrescada por la húmeda y gratificante brisa marina, arrastrando la indolencia propia de aquellos cuyas ocupaciones inmediatas se reducen al más extremo "dolce far niente". La sabia naturaleza, creadora de las más insuperables bellezas, no había sido demasiado generosa con aquel individuo al que había dotado de una densa pelambre bicolor que recubría su cuerpo, cuyas flácidas carnes comenzaban a descolgarse con desparpajo, afectadas por la implacable ley gravitatoria; la visión del colgante peludo y amorcillado, remedo de trompita que lucía entre las piernas no mejoraba en absoluto la desagradable impresión estética general. A la pertinente y razonable pregunta de si estaba meditando hay que responder con franqueza que no: simplemente había divisado una manada de "arroaces" y fantaseaba con la idea de alcanzarlos nadando para practicar el "arroaz-surfing" subido al lomo de uno de ellos. Podría asemejarse aquello a un chimpancé surfeando con ayuda de otro mamífero marino especializado, pero felizmente para él todavía le quedaba algo de sesera y era muy consciente de que aquello se quedaría en una más de sus tantas tonterías...
La visión de los cetáceos le transportó al recuerdo del varamiento de varios especímenes hembra en la playa de Vouga, a la salida de San Francisco de Louro, unos días antes. Nuestro hombre, en esa ocasión sin mediar exhibición impúdica alguna, leía placenteramente un libro sentado en una roca escogida cuidadosamente al efecto, tras haberse refrescado con un buen baño marino, en tanto que su esposa e hija tomaban el acariciante sol de la tarde tendidas sobre sus toallas. Concentrado en la lectura, con el rumor de fondo de los apagados sonidos de una playa con pocos y callados bañistas en ese instante, nuestro protagonista se sobresaltó con la irrupción de un grupo de seis cetáceos hembra adultos, que sin ningún pudor se interpelaban a voz en grito mientras transportaban sillas y tumbonas que dispusieron de inmediato en sus cercanías, marcando con claridad y notoriedad su territorio. Una somera descripción de la escena podría ser la siguiente: rotundos y rechonchos cuerpos de copiosas carnes, laca-peinados voluminosos de peluquería, edad más que mediada, joyas y abalorios recargados, extensa provisión de revistas del corazón y similares, aplastante seguridad en si mismas (y sobre todo en sus circunstancias) y absoluto desprecio a la presencia del resto de ciudadanas y ciudadanos que allí se encontraban previamente. Si a esto añadimos comentarios banales y de una superficialidad suprema, entenderemos que el atónito y fastidiado hombre que había sido interrumpido en su lectura ya hubiese conformado a esas alturas una sombría reflexión: "con gente así de ignorante, irrespetuosa y amante de la exhuberancia impúdica del dinero, poco futuro tiene nuestra enferma sociedad"...
Centrémonos ahora en los titulos de las lecturas del impenitente sujeto al que seguimos los pasos en sus vacaciones estivales: "El futuro es un pais extraño" un ensayo sociológico de Josep Fontana, "El mejor amigo del oso" una novela cómica del finlandés Arto Paasilinna, el clásico de aventuras"Lord Jim" de Joseph Conrad, "Caín" una acerada visión crítica de los textos bíblicos de José Saramago, y una interesante biografía del pintor Diego Velázquez. Convendremos que estamos ante un individuo poco equilibrado, anormal y con serias carencias...una cosa es apreciar la lectura o tener inquietudes sobre literatura y otra bien distinta es llenarse la cabeza de pájaros con semejantes y variados textos escritos, pero en su favor hemos de indicar que no disponía ni de televisión ni de ordenador y le daba una pereza infinita el ir a comprar el Marca, El Correo Gallego, El Faro de Vigo o La Voz de Galicia, todas ellas publicaciones expertas en llenar hojas y hojas sin decir nada de relieve, nuevo o de algún interés. Lo de Velázquez acaeció fortuitamente, tras haber contemplado nuestro hombre un autorretrato del pintor en un viaje reciente y ese azar provocó el interés lógico que a su vez le llevó a descubrir que el genial pintor sevillano, muchísimo más que un retratista sensible, capaz de captar con fidelidad la personalidad, el carácter y el estado de ánimo, era hijo de portugués y española (en aquel entonces Portugal pertenecía a la corona española de la que se independizó en 1640, año en que lo intentó también Cataluña con el apoyo de Francia), que realizó dos viajes a Italia, uno de joven y otro ya en la madurez de su vida, en donde fué influído por la pintura renacentista de Tiziano Vecellio, Tintoretto, Raffaello Sanzio y Paolo Veronese y que fue contemporáneo y amigo de Rubens, con quien coincidió en la corte del rey Felipe IV en Madrid. Lo que no sabía tampoco nuestro inquieto hombre era que a Diego Rodriguez de Silva y Velázquez se le considera un precursor del impresionismo y efectivamente, la contemplación de sus pinturas de la Villa Mèdici de Roma, en donde residió, así lo parecen evidenciar. Velázquez es probablemente el mejor pintor español de todos los tiempos, pero como en esta tierra somos muy poco dados a apreciar la cultura, no valoramos su arte y sus obras están dispersas por medio mundo e incluso algunas de ellas se han perdido. La cumbre la alcanzó tal vez con "Las Meninas", inteligentísimo lienzo donde su autor se autorretrata pintando y mirando al frente, dando la sensación de situar al espectador como objeto mismo de la pintura, obra que data de 1656 (sabido es que todos los años 56 son de muy buena cosecha).
Decíamos que el individuo en cuestión disfrutaba de sus vacaciones y añadimos ahora que lo hacía, como casi todos los años, en su tierra natal. En el barrio del Castelo, topónimo que hace referencia a la existencia en tiempos medievales de un castillo-fortaleza perteneciente al Deán, dignidad eclesiástica dependiente del Cabildo Catedralicio de Santiago de Compostela, nació y vivió su primera infancia. El castillo fué destruído en las revueltas irmandiñas, pero el nombre permaneció, como también permanece el deseo de regresar a sus orígenes en el protagonista de nuestra historia; el tiempo le persiguió, le alcanzó y finalmente le rebasó, dejando su huella en el pelo canoso y en las arrugas que comienzan a surcar los contornos de los ojos, además de poner en evidencia una papada que amenaza con descolgarse e independizarse definitivamente del óvalo de su cara. El hombre hace caso omiso de tales circunstancias y aprovecha el tiempo al máximo, consciente del hallazgo de su valor ya hace muchos años: rastrea en las imágenes que forman su pasado tratando de recuperar momentos vívidos con la esperanza de retomar sensaciones y relaciones. Se impone el disfrute de la vida y sus pequeñas/grandes compensaciones, aunque ello suponga ganar dos o tres quilos que más adelante habrá que rebajar en sesiones deportivas extra; lo esencial del momento son las empanadas de millo, las xoubiñas a la parrilla, las luras de la ria, las caldeiradas de pulpo, las navajas, zamburiñas y almejas, los pimientos de herbón, las robalizas, lenguados, coruxos y rodaballos, y por supuesto los albariños, ribeiros y godellos...siempre en buena compañía, pues lo compartido siempre sabe infinitamente mejor..
Es tiempo también de sesteo y amenas charlas en las cálidas tardes, entre baño y baño de mar; tiempo de alegría y reencuentro en las apacibles noches, de agradables paseos y sesiones de "terracing-relax" recordando lo bueno que nos ofreció la vida, disfrutando el momento o programando el futuro con nuevos proyectos: vivir la vida, en suma...
Lo malo del buen vivir es que una vez uno se haya acostumbrado, cuesta un mundo volver a la realidad cotidiana y por eso, a medida que se acerca el final de las vacaciones y el retorno al mundo laboral, nuestro hombre cae en una cierta melancolía, se ve invadido por una sensación de desasosiego y creciente desánimo. Vehementemente arrastrado por un deseo que le persigue desde hace tiempo se da un paseo en soledad por lugares comunes de su pasado, sin reparar siquiera por donde va, hasta alcanzar el atrio de una iglesia que le resulta familiar. Echa de menos la imagen de San Xacobe en el ábside gótico, cuya hornacina está vacía al haber sido trasladado el santo a una exposición en Compostela: desde ahí cayó (o fué empujado subrepticiamente por el santo) en su infancia, con resultados de grave deterioro mental que son evidentes en la actualidad. Dirige sus pasos alrededor de la iglesia, pasando al lado de los muros del Pazo do Couto y de la Casa Grande de Aguiar, y sin saber bien el motivo baja las escaleras hacia la austera portada del templo, cuyo acceso encuentra franqueado. En su interior se celebra la santa misa y el hombre mayor de pelo blanco, mirada perdida y aspecto desquiciado cruza las bancadas donde los fieles aparentan impaciencia ante el interminable sermón que a duras penan siguen, y dirige sus pasos hacia la llamada "Capela do Alba", ignorando la celebración litúrgica que está teniendo lugar; bajo la pétrea bóveda de crucería contempla las columnas abalaustradas y la rica decoración plateresca y fija sus ojos en la representación central de la Santísima Trinidad. En la pared de la izquierda posa su apremiante mirada en una tosca calavera y a su mente acude el recuerdo de los marineros que al alba regresaban de pescar y celebraban en aquella misma capilla la misa de acción de gracias por lo dones recibidos. Un fuerte e irrefrenable impulso se apodera de él, dejándose caer de rodillas con los brazos extendidos en cruz en el interior de aquel recinto; en su éxtasis se postra de bruces en el duro y frío enlosado...y en esa entregada y sumisa posición eleva sus preces con apagada, quebrada y quejumbrosa voz, en una emotiva, humilde y devota súplica que nadie jamás podrá olvidar: 

"Señor, de la misma manera que has hecho con otros (que tal vez no lo merecían tanto), te ruego me concedas el don de la prejubilación"...

"Concédeme la prejubilación"...

"Concédeme la prejubilación"...

"Concédeme la prejubilación"...

"Concédeme la prejubilación"...

o . o . O . o . o
…y así podrás dedicarte a enviar libros en varios tomos en vez de relatos como el presente. De su prejubilación Líbranos Señor:
"Líbranos Señor",
"Líbranos Señor",
"Líbranos Señor",
"Líbranos Señor",
"Líbranos Señor".