Viajar por los pueblos de España es una actividad que me atrae cada vez más, para fastidio de mi querida esposa; lo hago con el ánimo opuesto a aquellos que hablan de esos pueblos, aldeas, ciudades, parajes naturales y monumentos como si les pertenecieran. A menudo se pronuncian frases grandilocuentes, acuñadas en tiempos retrógrados, que incluyen las palabras "patria", "nación" o "España", con un evidente tufo de posesión o propiedad, que resulta excluyente para los que no piensan igual que los que las manifiestan. Sentir España es para mi disfrutar viajando y conociendo, sintiéndome partícipe como ciudadano del derecho a acceder a una cultura identitaria de la que formo parte, pero nunca en exclusividad: ese espacio físico, político, histórico y cultural que llamamos España se forjó a lo largo de siglos con la mezcla de muchas culturas, y a todos pertenece: es responsabilidad de todos conservar ese legado para generaciones futuras.
Hace pocas fechas hicimos un periplo por una parte de Castilla y León, que es como decir viajar por el germen o la quintaesencia de la España que hoy conocemos, idioma incluído. No fué por casualidad que revisitasemos una cueva prehistórica de enterramientos datada en los albores de la edad del cobre, o calcolítico, simplemente para mostrar a nuestros acompañantes dos cuestiones clave: el recordatorio del surgimiento del "homo sapiens sapiens" en África (por tanto la humanidad entera tiene sus raíces y antecedentes en ese continente), y la idea de transcendencia, de creencia en el más allá o en una vida tras la estancia en la Tierra, que dió lugar a los enterramientos, aunque estos se realizasen en unos simples hoyos dentro de una cueva.
La historia de la humanidad siempre ha estado relacionada con las migraciones y así, el territorio visitado durante nuestras vacaciones fué poblado en la edad del hierro por tribus celtas indoeuropeas (vacceos, vetones, lusitanos, arévacos...) hasta la irrupción de Roma en la península, época de la que datan también las primeras evidencias de cultura hebráica. Tras la caída de Roma se produjeron las invasiones de suevos, vándalos y alanos, empujados a su vez por la invasión oriental de los hunos en sus territorios. Siguió a partir del siglo V la invasión de los visigodos, otro pueblo germánico oriental, que ocupó toda la península, para finalmente ser derrotados a inicios del siglo VIII por una nueva cultura, esta vez proveniente de África y Asia (los árabes), en una expansión que incluía o incorporaba la religión del Islam, que había nacido a mediados del siglo anterior. El período de la ocupación musulmana duró casi ocho siglos y en ella convivieron judíos, árabes y los anteriores habitantes de la península (que ya estaban bastante mezclados, según vimos).
Hablar, por tanto, de España es hablar de cruce de culturas, algo que a muchos se le atraganta, pero así ha sido y esa es la riqueza de la cultura peninsular. Algunos de nuestros tesoros más representativos, como la Alhambra (al-flamra, "la roja" en alusión a su colorido), la Mezquita de Córdoba (en cuyo interior se construyó, afeándola, la catedral cristiana), o las torres almohades de Sevilla son obra de civilizaciones que para muchos siguen considerándose "extranjeras". En nuestra historia, desde las culturas castrexas hasta el ingente legado de Roma (puentes, acueductos, teatros, murallas defensivas, mosaicos...), desde el arte mozárabe hasta el mudéjar, desde las bellas y proporcionadas obras califales hasta la exquisitez nazarí, desde el recogimiento del románico hasta la elevación del gótico, desde la vuelta a los clásicos del renacimiento (pasando por "nuestro" plateresco) hasta el "horror vacui" del Barroco y el Rococó, la impregnación de las distintas culturas resulta evidente. Castillos, palacios, monasterios, iglesias, catedrales, sinagogas, mezquitas...nos recuerdan esa historia.
Y con el ánimo de enriquecernos de esas culturas hemos viajado por páramos y vegas, por pueblos y ciudades, por parajes naturales y bellas construcciones. Hemos disfrutado del arte y la gastronomía y nos hemos zambullido en la historia, al tiempo que hemos descansado del ritmo vertiginoso de nuestras vidas. Y lo hemos hecho en España, en esa España tan ricamente diversa, poblada por ciudadanos también diversos, influidos por sus orígenes y costumbres, su acervo cultural o sus cultos. Frente a los terratenientes de la patria, los propietarios de la nación, los mercaderes de banderas, emblemas y símbolos que son de todos, esos presuntuosos arrogantes que dirigen discursos vacuos llenos de tautologías que los simples adoptan como dogmas de fe, esos pésimos dirigentes que como "robin hoods" invertidos roban a los pobres y necesitados para favorecer a los ricos, esos chulos descarados que el propio pueblo ha encumbrado en su ignorancia supina (porque buena parte del pueblo es culpable de no saber, o de no querer saber), esos pseudodirigentes de tres al cuarto que nos avergüenzan cada vez que abren la boca fuera o dentro de nuestras fronteras...frente a ellos, como mejor oposición para desalojarles de todos los poderes que controlan de manera omnímoda, soy de los que piensan que solo con más cultura y razón, apoyados en una moralidad y en una ética renovadas, se podrá lograr. Se ha hecho muchísimo daño a los ciudadanos con ese convencimiento colectivo errado del "todos son iguales". Y es hora de recordarles a esos mequetrefes que nos gobiernan, a sus lacayos y acólitos, a los que los jalean, a los que los apoyan y a los que les creen y votan a pies juntillas que "no todos somos iguales".
Como un faro en la oscuridad, la cultura puede y debe guiarnos para mejorar nuestras vidas y las de nuestros descendientes.
¡Qué mejor metáfora que la de una torre iluminada en la más profunda noche!.
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