La voz de la médico llegó a mis oidos cálida, dulce, agradable, etérea, como si proviniera del mundo onírico:
- Te estoy preguntando acerca del número de ocasiones en que esos síntomas se te presentan...
Despacio, abrí los ojos, parpadeé repetidamente mientras mi mente trataba de ponerse en orden, efectuar los cálculos necesarios y facilitar un número aproximado que satisfaciera la pregunta de la galena. Era inútil, mi estado de confusión me impedía reaccionar...dirigí la mirada hacia ella e instintivamente mis ojos recorrieron el camino desde sus hermosos ojos verdes hasta la altura de su pecho, cuyas formas se advertían debajo de la blanca bata...
No soy una persona que enferme con facilidad, de hecho pocas veces me siento mal, al margen de la sintomatología estacional que me sobreviene como consecuencia de padecer una alergia respiratoria entre los meses de abril y julio. Sin embargo, cuando alguna enfermedad leve me acecha, suelo reaccionar como todas las personas normales. Mi familia está acostumbrada a mi estado psicosomático estable y sano, y tal vez por ello, en las ocasiones escasas ocasiones en que me encuentro mal, reaccionan con excesivo celo:
-Tienes mala cara, ¿te encuentras mal, tienes fiebre, qué te pasa...?- me pregunta con cara de preocupación mi mujer.
-¡Ya estás haciéndote el enfermo!, ¡desde luego los hombres no servís para nada!, ¡ya te quería ver yo teniendo la regla!-añade alguna de mis hijas.
No suelo hacer mucho caso a ese tipo de preguntas y/o observaciones y trato de restar importancia a mi estado físico o a mi apariencia de debilidad...
-No os preocupéis, no dormí muy bien anoche y estoy un poco cansado, pero ya se me pasará- les contesto, con un fingido aire de convencimiento.
Pero el asedio continúa y las manos van a mi frente para captar la presencia de alguna fiebre, buscan medicamentos que almacenamos indebidamente en un intento de hacer ilícito acopio, contraviniendo las normas del Ministerio de Sanidad, al tiempo que de sus bocas van surgiendo nuevas preguntas inquisidoras:
-¿Desde cuando estás así?-dice una.
-¿Por qué no vas al médico?-añade la otra.
-¡No vales para nada!, ¡cuando te pones enfermo pareces un moribundo!-remata alguna de ellas.
Desvalido y rodeado, balbuceo cualquier disculpa y trato de tranquilizarlas. Llegado ese punto en que te ponen al nivel de los excrementos caninos que solemos sortear cuando salimos de paseo, reúno la escasa dignidad que aún puede albergar mi depauperado orgullo de macho y me dirijo a una butaca o a la cama, en función del autochequeo improvisado y rápido que realizo de mi estado.
-Voy a leer un poco-digo a modo de despedida, cortante.
A mi espalda voy dejando atrás comentarios de desdén o de advertencia con "retintin":
-¡Hombres!.
-¡Tápate bien, no vayas a ponerte más malito...que te puede coger un friíto...!.
Mi género preferido de lectura es la novela, pero también suelo leer algún ensayo y libros de cuentos. Adquiero publicaciones de muchos autores, que voy alternando, y en estos momentos disfruto de un libro de cuentos de Haruki Murakami. Acabo de empezar uno denominado "conitos", asi, sin la virgulilla de la "ñ". Me zambullo en la lectura, pierdo la noción del tiempo y alcanzo un nivel de relajación estupendo, que se ve roto por el estridente tímbre ocasionado por una llamada telefónica.
Al rato mi esposa me pasa el informe:
-Llamó tu madre para interesarse, dice que eres como un niño, que cómo se te ocurre a tus años andar asi-
Y añade, casi de inmediato, autoritaria:
-Por la tarde vamos al médico, ¡te pongas como te pongas!-
No entiendo nada, pero tampoco quiero preguntar. ¿Cómo es posible que ya mi madre esté informada?. ¿Por qué debo ir al médico por un simple malestar cuando ellas no lo hacen?. Me gustaría formular las preguntas, y por un momento le dirijo una mirada interrogativa a mi esposa, pero la expresión de su cara me disuade de inmediato...
-Lo que tu digas-contesto abatido.
Lo de la descentralización de competencias hacia las autonomías ha tenido sus cosas buenas; el Servicio Galego de Saude funciona razonablemente bien, da un buen servicio y sobre todo cercano. En el caso de mi familia nos toca una médico (o médica) muy atenta, que se preocupa realmente por nuestra salud. Las escasas ocasiones en que he tenido que acudir a su consulta, la mayoría a por recetas de medicamentos antihistamínicos, o por los destrozos que voy sufriendo en los partidos de fútbol sala, siempre me he sentido muy bien atendido y ambos, médica y yo, hemos alcanzado en el tiempo cierta confianza. A eso ha contribuido, sin duda, que algunos años atrás coincidiésemos en cierta playa donde ella practicaba "topless", y en la que nos saludábamos con naturalidad.
Asi que el ir al médico aquella tarde no me causaba más trastorno que el hecho de tener que vencer mi indolencia y caminar durante unos pocos minutos hasta la sala de consultas del cercano Centro de Salud. Fui solo, y la médica llegado mi turno me sonrió e invitó a pasar...
-¡Cuánto tiempo!, ¿qué te pasa esta vez...?-me dijo a modo de saludo.
-En realidad no sé que decirte, vengo por la pesada insistencia de mi familia. Me levanté esta mañana con algo de cansancio, porque no dormi muy bien, pero no tengo fiebre ni dolor, tan solo percibo una sensación de malestar general...esto ya me ha pasado en otras ocasiones, pero nunca le di importancia...ni vine a consultarlo...
-¡A ver, desabrólchate el cinto del pantalón, desabróchate la camisa y échate en la camilla. Te voy a echar un vistazo...!-dijo suavemente, con aquella angélica voz.
-¡Uy, uy, uy...!-le respondí sonriendo, lo que arrancó, a su vez, una sonrisa de sus labios...
Ella repitió la pregunta, con cara sonriente pero apremiándome, tal vez con un punto o deje irónico, no sabría decir...que en todo caso no dejaba de ser amable...
-Te estoy preguntando acerca del número de ocasiones en que esos sintomas se te presentan.
Y yo permanecí alli en la camilla, confuso, aturdido, no sabiendo ya hacia donde mirar, sabedor de lo que el contacto físico había despertado en mi...
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