Necesitó de varios minutos para recuperar totalmente la conciencia de si mismo. Se había levantado presa de una cierta desorientación y el vértigo se apoderó momentáneamente de él cuando, con la mente en blanco, se preguntó que hacía en aquel lugar, no sabía como había llegado allí. Sintió el sol sobre sus hombros y en medio de las dudas sobre que camino tomar sus ojos repararon en aquella no demasiado bonita construcción de planta baja que, adecentada por la presencia de varios árboles frondosos y sombrillas que aportaban una nota de color, cobijaban a un nutrido grupo de personas que disfrutaban tomándose una bebida mientras contemplaban el mar o charlaban entre ellas. "Allí reservé una mesa para comer" - recordó. Sus ojos batieron de izquierda a derecha el campo visual; contempló la formación rocosa que marcaba el fin del arenal, el agua azul, los bañistas que alegremente chapoteaban en el agua, la isla granítica que tras las construcciones de madera que parecían en formación había visitado en alguna ocasión, y más a la derecha, la ciudad. Una voz a su espalda lo llamó por su nombre; se volvió y una mujer tumbada sobre una toalla azul marino con discretas rayas blancas le preguntó si se encontraba bien, que lo notaba un poco raro. El acertó a contestar con un torpe balbuceo: "me voy a dar un baño".
Se metió en el agua y nadó hacia afuera dando unas brazadas con la cabeza sumergida. El agua fría le despejó y alejado de la orilla contempló el extenso arenal; las personas le parecieron irreales desde aquella distancia, y su visión le recordó los documentales sobre otros mamíferos varados en playas lejanas y exóticas. Nadó un poco más en paralelo a la orilla y obligado por el frío regresó a la playa.
Se dió un paseo para secarse al sol y en el trayecto recordó los motivos que le habían llevado hasta alli, el viaje en su automóvil, las incidencias del dia anterior, la grata y amena cena con los amigos. "Debí quedarme traspuesto mientras leía" - recapacitó, - "y cuando desperté había perdido transitoriamente la noción del espacio y del tiempo, eso debió pasarme" - se dijo con convicción. Sin embargo seguía preocupado, nunca le había ocurrido nada parecido y la sensación que había tenido de pérdida de coordenadas había resultado tan vívida que se había asustado realmente. Decidió olvidar el suceso y abandonarse al placentero disfrute del acariciante sol, atenuado por la brisa marina. Avanzó a buen paso hasta que su estómago comenzó a reclamar actividad digestiva, dió media vuelta y regresó por el mismo camino.
A la altura del lugar donde le esperaba la mujer se detuvo y decidió darse otro chapuzón, ya totalmente aligerado de preocupaciones. Al salir del agua contempló a la mujer - su mujer - mientras una punzada de ternura se abría paso dentro de él. Se tumbó en la toalla a su lado y le sonrió; "¿qué tal estás? - preguntó ella, "¡hacía tiempo que no me sentía tan feliz!" - respondió él. La mujer se levantó y se dirigió a la orilla, dispuesta a darse un baño, seguida por la mirada de él. La vió nadar durante un rato con su estilo característico, hasta que decidió enfrascarse en la lectura que había traído. Se sentía henchido por una creciente felicidad, relajado y sin preocupaciones, abandonado al placer de la lectura. Al acabar el relato de Tabucchi se quedó pensando en la nota del traductor, al pie de la página:
"En español en el original". (N. del T.)
Y regresó al final de la lectura:
"Aire que lleva el aire,
aire que el aire la lleva,
como tiene tanto rumbo,
no he podido hablar con ella,
como lleva polisón,
el aire la bambolea".
Dias más tarde, picado por la curiosidad, buscó en su casa el poema o canción que Antonio Tabucchi incluyó en el cuento que dedicó al pintor Davide Benati. Esperaba que fuese de procedencia andaluza, pero se encontró con la sorpresa de una canción sefardí. Así descubrió que el genial toscano, finalmente nacionalizado portugués, era en realidad un ciudadano de cualquier parte del mundo.
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