08 septiembre 2015

LA SOLEDAD

La discusión comenzó como empiezan todas las discusiones: por disparidad de criterios. Ninguno de los dos cónyuges tuvo la sensibilidad de ceder y el tono se elevó, hasta sobrepasar ese momento en que los egos se imponen definitivamente y nadie da ya su brazo a torcer. ¿La razón?, la educación y el mal comportamiento de su hijo adolescente, en plena efervescencia hormonal, y el punto de vista encontrado de ambos progenitores. ¿Quién tenía la razón?...pues como suele ocurrir, los dos la tenían, ya que en estos delicados asuntos resulta muy difícil atinar con la mejor estrategia: ésta solo se revelará acertada o no con los resultados, y para ello tiene que transcurrir un cierto tiempo de verificación. A priori no es posible considerar apropiada con certeza ninguna decisión en muchos aspectos de la vida, especialmente en aquellos que afectan a las relaciones personales.
El hecho es que se discutió con vehemencia y no se llegó a ningún acuerdo; más bien se impuso el desencuentro, las posiciones quedaron enconadas y en ese punto siempre es bienvenida una pausa, un alejamiento temporal que dé lugar a una reflexión fría sin la presencia de los siempre presionantes aspectos emocionales, que restan racionalidad a las decisiones. Diremos aqui que el padre - al que llamaremos Ramón - estaba atravesando una cierta crisis personal y su estado anímico no se hallaba en su mejor momento, por lo que solía tener cierta tendencia a alterarse y perder el control en los últimos tiempos. Por su parte la esposa - a la que llamaremos Ramona para preservar la justa ecuanimidad incluso con el nombre - había tenido que soportar en fechas recientes un incremento significativo de la carga de trabajo en su empresa, lo que le había llevado a su vez a un inevitable cansancio y malestar que se habían traducido en un incremento de su agresividad verbal. El caldo de cultivo, por tanto, no era el adecuado para discutir con la debida serenidad de un aspecto tan importante como es el que afecta al comportamiento inadecuado de un hijo díscolo, hasta arriba de testosterona.
El distanciamiento, por tanto, ya se había producido y era necesario. Tomó la iniciativa Ramón, simplemente porque sucedió que Ramona en ese momento estaba ocupada recogiendo los restos del desayuno - era sábado y ambos se habían levantado muy temprano, con idea de pasar el dia fuera de casa - y salió dando un portazo, con la cabeza caliente y un humor de perros. Ramona, inclinada sobre el fregadero, meneó a su vez la testa, que también se encontraba en ebullición, y suspiró para sus adentros con aire afligido. Ramón tomó el ascensor y se dirigió al garaje, abrió la puerta de su automóvil y lo arrancó, abandonando el edificio sin un rumbo predeterminado. A partir de ese momento, en la cabeza de Ramón, se produjo una especie de vacío en su noción del espacio/tiempo: conducía en automático, veía las señales y la vía por la que circulaba, pero "no sabía" por donde lo hacía, ni era consciente del tiempo que empleaba en su desplazamiento. En otras palabras: en su cabeza "sólo" se repetía y repetía la escena íntegra de la discusión con su esposa, como en una secuencia interminable...había entrado en un bucle y era incapaz de salir de él.
Pasado un cierto tiempo, en el cual Ramón, como ya se dijo, no fué consciente de su entorno, se vio conduciendo por el margen de un río, cuyo nombre iba repitiéndose en los carteles informativos que habían sido colocados al inicio de cada uno de los puentes que lo atravesaban. Se quedó inconscientemente con el nombre del río y su subconsciente se aferró a el para continuar su camino hacia no sabía donde. Pronto se encontró con una fea comarca, dominada por el gris, con tierra gris y grises construcciones abandonadas, testigos de otro tiempo en los que la minería operó como un triste y mortífero modo de vida, pero necesario para mejorar el porvenir de muchas personas y el de sus familias. Todavía era invierno, aunque avanzado, y ni siquiera los álamos que punteaban el camino suavizaban aquel deprimente ambiente grisáceo con el verdor de sus hojas. La carretera ascendía levemente y algunas formaciones rocosas fueron descubriéndose poco a poco a lo lejos. A partir de un cierto momento el río desapareció, aunque los nombres de los pueblos que iba atravesando el vial continuaban incluyendo su nombre a modo de apellido comarcal.
Al pie de un pueblo ya de cierta magnitud tomó sin detenerse un desvío que le hizo subir hacia un puerto. Comenzó a caer una fina lluvia que empeoró su visión, aunque desde la serpeante carretera que ascendía, la vista, en caso de ausencia de pluviosidad, no prometía gran cosa: el desangelado valle había quedado atrás, y no parecía que a la redonda destacase el paisaje gran cosa. Andados unos kilómetros más, alcanzó la parte superior, que dejó atrás sin reparar en la estación invernal situada a la izquierda de su marcha, con apenas un par de pistas en funcionamiento, poco concurridas y escasos usuarios en los remontes. La bajada hacia el valle por la otra vertiente era mucho más tendida y al poco la lluvia cesó, dejando a la vista un paisaje totalmente distinto, mucho más frondoso y salpicado de pequeños pueblos en las laderas de las verdes montañas, embellecido por el caprichoso meteoro multicolor al que llaman arcoiris. Encontró otro cauce fluvial, cuyo curso le acompañó hasta una población que quedaba partida en dos por la carretera y siempre sin detenerse tomó un nuevo desvío hacia la derecha que comenzó a llevarle por una pista asfaltada, pero mucho más estrecha, que al tiempo que ascendía iba regalando unas hermosas vistas tanto del valle como de las montañas circundantes. Bosques de abedules, pinos de montaña, robles y castaños iban alternándose con zonas de pasto en las laderas, donde el ganado vacuno pacía pastorilmente a sus anchas. Pasó varias intersecciones sin señalizar, eligiendo en todas ellas el camino que ascendía, como si supiera de antemano adonde se dirigía, mientras en el horizonte iban surgiendo más y más cadenas montañosas.
A partir de ese momento Ramón recuperó la correspondencia entre mente y sentidos; su mente se abrió y se fue alejando del problema que lo estaba carcomiendo por dentro. Se relajó en la conducción y disfrutó del paisaje, que se iba revelando con mayor amplitud a medida que iba ganando en altura. Todavía tardó unos cuantos minutos más en alcanzar la cima de un monte coronado por una cruz, rodeó ésta y se encontró con un amplio aparcamiento, en donde dejó el coche estacionado. Abandonó el vehículo y caminó por la ladera, contra el frío viento hasta el pie de la cruz, como si se sintiese atraído por ella; en su arrebato el camino le llevó insospechadamente hasta allí, y a su mente acudió la idea de la mortificación, de la expiación de su culpa por no ser capaz de controlarse. Se sintió invadido por una fuerte sensación de soledad, renegó de su orgullo y pensó en su esposa, mientras contemplaba el vasto paisaje montañoso. Decidió llamarla: con esa intención cogió el móvil y justo en ese momento se sobresaltó al recibir una llamada; en la pantalla pudo ver que era Ramona...
- ¡Dime! - contestó.
- ¿Dónde estás? - preguntó ella con evidente tono de preocupación.
- No lo sé - repuso él con sinceridad.
- ¿Sabes la hora qué es?...¡tengo la comida en la mesa!.
Ramón no contestó y consultó la hora en su reloj de pulsera.
- ¡No tenía idea de la hora qué es! - le dijo a su esposa exculpándose.
- ¡Ramón! - dijo ella un tanto alarmada - ¿dónde estás, estás bien?.
- Si, me gustaría que estuvieses aqui conmigo. Creo que tardaré varias horas en llegar...
- ¡Por favor, ven con cuidado! - pidió ella.
- No te preocupes, lo haré...
Y tras echar un último vistazo a aquel paisaje desolador, descendió decidido hacia el coche, empujado por el arreciante viento gélido...


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