La comida se había desarrollado en un ambiente más bien desangelado. El niño parecía mudo, y su padre, que había intentado por todos los medios entablar algún tipo de conversación, no tuvo éxito y muy a su pesar finalmente se rindió y abandonó el esfuerzo, centrándose en dar buena cuenta de lo que le habían servido en el plato. De vez en cuando dirigía una mirada furtiva a su hijo, que permanecía quietecito en la silla, sin pestañear, con sus enormes ojos grises fijos en él. "Mi ex-mujer me lo ha amariconado" - pensó, levemente entristecido y contrariado.
- ¿Desea un café? - preguntó el estirado camarero que le había tocado en suerte en aquel restaurante de alto copete, por el que se había decantado y ahora arrepentido.
La pregunta pilló concentrado en sus pensamientos al hombre, quien en su desconcierto inicial respondió automáticamente:
- Si, por favor...café solo.
Pero cuando ya se alejaba el camarero, se corrigió, le llamó, y solicitó que le sirviera el café en la terraza al aire libre, para de esa manera tener la ocasión de darse el placer de fumar un cigarrillo. Cogió al niño de la mano y lo acompañó a una mesa en la esquina, con buenas vistas, enclavada en una zona donde el tibio sol invernal se esforzaba en mantener en niveles aceptables la temperatura exterior. Se sentaron uno enfrente del otro, y el padre, evitando mirar directamente a su hijo, encendió un Camel light y exhalando el humo tras la primera aspiración, se quedó contemplando distraídamente las montañas circundantes, sobre las que un cielo azul, apenas moteado con alguna esporádica nube, introducía algo de color en aquella tediosa tarde que le esperaba. Llegaban sonidos atenuados del interior, donde los comensales, satisfechos tras la ingesta calórica, daban rienda suelta a su buen humor, circunstancia que molestó al hombre, que se debía conformar con la mísera e insulsa compañía infantil de su vástago, pertinaz en su mutismo.
- ¿Qué tal está tu mamá? - le preguntó sin mucho interés, con la clara y vaga intención de romper el hielo.
El niño tardó en responder. Apenas había crecido, pese a que sólo lo veía un fin de semana en cada mes, y cada vez que lo hacía lo encontraba más distanciado, más extraño y más huraño. El hombre creía que su ex-esposa lo predisponía en su contra.
- Mamá se fué a casa de la abuela Tere - respondió al fin.
- ¿Eso es lo que te dice?, ¿estás seguro de que se va con la abuela? - preguntó maliciosamente el padre, pensando que tal vez de esa manera el hijo le confirmase su impresión de que ella ya había llenado el hueco que él había dejado.
- Si - contestó el niño, y se encogió de hombros, como dando a entender que le daba igual donde y con quien estuviera su madre: era su madre y punto.
El padre volvió a preguntar, ya en tono más comedido y conciliador:
- ¿Echas de menos a mamá?.
El niño le espetó una mirada cargada de sorpresa...
- ¡Pues claro! - respondió - mamá juega mucho conmigo, me da muchos abrazos y besos, y siempre me dice que me quiere.
El hombre no esperaba ese golpe bajo. Lo encajó como pudo, enfocó los grandes ojos del niño, que ahora le parecieron tristes y apagados, y provocaron que el corazón le subiera de revoluciones. Levemente conmovido en su interior, le dijo con suavidad:
- ¡Yo también te quiero, Mario!. Es solo que apenas me diriges la palabra, como si siempre estuvieses enfadado conmigo...
En ese momento un niño de ricitos rubios, endomingado y pizpireto hizo su aparición procedente del comedor. Se dirigió a la balaustrada de la terraza y desde alli dirigió su mirada hacia la mesa donde estaban sentados. Tras unos instantes en los que permaneció balanceándose, como acompasando su cuerpo al ritmo de una música interior, se acercó a la mesa, atraído por la presencia del otro pequeño.
- ¡Mi mami me dijo que podía zalir a jugar! - dijo a modo de saludo.
- ¿Te guzta jugar? - añadió con su vocecita chillona, que desagradó sobremanera al padre del niño.
El hijo no contestó, limitándose a mirarle con cierta curiosidad y atención. Parecían de la misma edad.
- ¡Tengo muchoz juguetez! - volvió a decir aquella cargante criatura.
- ¡Pero miz papáz me dicen que no debo jugar con dezconocidoz! - añadió un instante antes de darse la vuelta girando como en un ballet con sus bracitos extendidos por encima de su cabeza.
El padre contempló a su hijo por la espalda - se había vuelto hacia el otro niño, siguiendo sus evoluciones, pero permanecía sentado en su silla.
- ¿No tienez lengua? - le preguntó el engendro.
Su hijo siguió enmudecido y extremadamente quieto.
- ¿Ez que no zabez hablar? - insistió el insolente párvulo.
El padre observó con curiosidad a su hijo, que se había levantado con mucha parsimonia. Vio que se acercaba lentamente al otro niño, sin mencionar palabra, y de manera inesperada pero firme lo agarró por los bonitos y llamativos rizos rubios y lo zarandeó, provocando el inmediato llanto de aquel más que probable futuro galán protagonista de películas de cine para adolescentes histéricas. El niño salió disparado con la cara congestionada hacia el interior del restaurante, hipando y sollozando con un volumen desproporcionado para su tamaño. Al cabo de un par de minutos reapareció triunfalmente de la mano de su madre, ésta enfundada en un bonito, caro y escotado vestido color champán que resaltaba el bronceado de su piel - que el padre dedujo adquirido en cabina de rayos uva de "solarium" de "high standing" - al tiempo que preguntó con una desagradable voz aguda y nasal, que no cuadraba en absoluto con su aspecto:
- ¿Qué le ha hecho el monstruo de su hijo a mi niño?.
El padre evaluó unos instantes tanto la respuesta conveniente como la apariencia, que le pareció pretenciosa e inapropiada, de madre e hijo.
- ¡Nada! - respondió el hombre con una sonrisa franca y conciliadora - ¡no le ha hecho absolutamente nada!.
- ¡Cozaz de niñoz! - añadió con sorna, mientras tomaba de la mano a su hijo, que contemplaba empecinado en su mutismo la escena, y acto seguido procedió a abandonar la terraza del restaurante, dejando tras de si a aquel repelente y lloroso niño, y a su elegante, guapa, bronceada y ahora boquiabierta mamá.
- ¡Sabes! - le dijo con indisimulado orgullo a su hijo - ¡creo que de ahora en adelante nos vamos a ir entendiendo mejor!.
Y el padre atrajo hacia sí a su hijo, tomándolo por los hombros, mientras éste extendía su bracito izquierdo para abrazar la cintura de su progenitor...
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Cuando veo esta letra tan pequeña que pones últimamente me da un tembleque en la pierna izquierda y se me sube el hombro derecho de forma espasmódica…
El relato muy bueno.
ooOoo
Jooooder, como se nota que no has tenido hijo, de lo contrario sabrias la cara de jilipollas que te queda cuando esto ocurre. Que ocurre.
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