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Don Vito |
Una madre y su hijo hablan. Lo hacen como lo vienen haciendo año tras año, desde tiempo atrás, entretejiendo historias, confidencias y afectos. Son conversaciones largas, que surgen de las visitas que el hijo le hace, compartiendo su tiempo con el de ella y con el de su padre. La mujer es buena contadora de historias, tiene buena memoria y se le nota que disfruta narrando; se esfuerza en recordar y fluyen las palabras, que van dibujando momentos de su vida pasada. Su hijo desarrolló una buena capacidad de atención y escucha. Se mantiene en silencio, sólo se atreve a interrumpir para realizar alguna pregunta con ánimo de precisar datos que va almacenando en su mente...
El tiempo ha ido pasando y posibilitando un buen bagaje de historias para recordar, historias de una vida conexa con otras que tal vez se perderán en el olvido, ese gran negador. No hay necesariamente un hilo conductor, un guión, si no que hay muchas historias distintas que van desgranándose en distintos momentos, en diferentes dias, en distintas sesiones. Las conversaciones siempre comienzan por lo inmediato, lo actual, lo cercano. Madre e hijo se preguntan mutuamente por su salud, se repasan detenidamente los asuntos familiares: van desfilando hermanos, hijos, sobrinos y demás parentela. Agotada esa fase, suele aparecer aquella otra relacionada con las noticias de actualidad más relevantes, incluídas las políticas, condimentada con el picante de los comentarios, jocosos y tendenciosos, pero a menudo errados, que la madre realiza muy influenciada por la cadena de televisión que suele ver y la radio que suele oir. El hijo calla pero no consiente, y sabedor de que se halla en un terreno resbaladizo no quiere caer en la trampa de discutir con su madre: las fuerzas no son parejas y los conocimientos tampoco. A veces el hijo matiza alguna noticia, tratando de dotarla de imparcialidad, apuntando datos y razones, esforzándose en objetivizar sus opiniones, pero suele preferir el silencio, ese vacío que hace de contrapunto a veces al exceso y que provoca que finalmente el filón de la palabra gratuita e inútil se agote.
Precedido de ese silencio, al que sigue otro silencio distinto, que es el silencio del recuerdo y de la espera, asoma por fin la narración, que va tomando forma en la memoria de la madre. En su desarrollo a veces interviene el padre, persona activa pero introvertida, poco habladora. Cuando interviene, en ocasiones lo hace para corregir a su esposa, pero lo hace con esa ternura propia de aquellos que saben amar y respetar. También a él le gusta escuchar y esa escucha le proporciona a menudo el placer de recordar: en su mente se van sucediendo momentos comunes y convergentes de sus vidas, gratos y evocadores pasajes que un día formaron parte de su propia historia conjunta. La narración les trae a ambos el aún vivo recuerdo, entresacado del empolvado archivo de la memoria...
Surgen simpáticas anécdotas de la infancia, otras de juventud, retazos de vida impregnados de cariño hacia aquellos que ya no están, pero que permanecen almacenados en el disco duro de la mente. El hijo se ríe con la historia de aquel hombre que tras haber marchado a Cuba con idea de hacer fortuna, regresa a su hogar donde una esposa olvidada y marchita lo acoge enfermo de las vías respiratorias y mientras el hombre se deshace con una tos seca, implacable, que lo va debilitando en su habitación del piso superior, ha de escuchar como la también implacable y vengativa voz de su esposa, desde abajo, le recrimina: "¡Como che puxeron as cubanas, Manoel!". Humor negro, pero humor al fin...
Se suceden las narraciones de aquella vida dura de aldea, de trabajos desde el alba hasta la noche, a menudo continuadas por tareas nocturnas obligadas por la distancia a recorrer con el carro de bueyes a la procura de llenarlo con todo lo necesario para el mantenimiento de los animales y la casa. Asoman en las historias el miedo ancestral a la noche y sus peligros, a encuentros inesperados e inoportunos con animales salvajes o con maleantes, por no hablar del frío y la humedad de aquel clima que hoy recuerda la madre, aquel clima inclemente, cruel, implacable, que dice ser tan distinto al actual.
Pero a veces asoman a la luz escenas distintas...ocurre en unas pocas ocasiones, que el hijo va hilando y relacionando entre sí, porque son historias que a la madre le resultan muy difíciles de contar, le producen una profunda tristeza y melancolía, en ocasiones incluso lágrimas. El hijo agudiza la atención, en respetuoso silencio, dejando que la madre las vaya desgranando a su ritmo, deteniéndose a precisar datos que corrobora validándolos con los recuerdos de su esposo...
Esas historias hablan de la nefasta postguerra, de presos traídos de otras zonas de la península, de otras regiones, obligados a trabajos forzados en las cercanías de la casa familiar. La madre recuerda aún a los presos anémicos, famélicos, debajo de capotes que apenas los amparaban de la lluvia y el rigor del frio, sucios, malolientes, llenos de piojos y enfermedades. Ella rememora como a escondidas les dejaban algunos de los pobres alimentos que los aldeanos tenían en sus casas: se compartía la miseria absoluta lejos de la vista de los guardias que controlaban a los presos. También recuerda como éstos, aprovechando el buen tiempo, lavaban su ropa en el río y aún tenían el humor que proporciona el vivir, aunque fuese en muy precarias condiciones, para cantarles a las jóvenes lavanderas que a la otra orilla hacían lo propio y reían halagadas. Ella era sabedora de la alta mortandad que tenían los presos. Lo sabía bien porque en la casa familiar vivía un cura, tío de ella, que se encargaba de darles sepultura anónima en el cementerio de San Isidro de Postmarcos, tras una breve oración de desagravio a sus pobres almas.
Esos recuerdos también hablan de presos andaluces que cantaban saetas en las procesiones de Semana Santa en el pueblo, tan alejadas del sentir folcrórico de estas tierras, pero tan cercanas en el fervor religioso. Recuerdos que hablan de la generosidad de la gente que siempre a escondidas, como se dijo, aprovechaban para proporcionarles alguna moneda o algún alimento, que se deslizaban a hurtadillas en los bolsillos de los presos.
En cierta ocasión un preso catalán, cuyo nombre completo la madre recuerda aún, recibió la visita de su esposa, quién sabe tras sortear cuántas dificultades administrativas y seguramente tras haber empleado en pago su buen dinero. El padre de la madre, tras consultar con el cura y solicitar la preceptiva autorización militar, decidió acoger a la pareja una noche en su casa, por lo que la madre y sus hermanas hubieron de abandonar esa noche la habitación donde dormían, cediéndola a aquel matrimonio foráneo. Años más tarde recibirían también la visita de los descendientes de aquella pareja, que deseaban visitar aquellos lejanos parajes y agradecer a aquellas personas que habían acogido con bondad a sus familiares: la humana solidaridad aflora en tiempos difíciles...
Esas muestras de admirable humanidad contrastaban desgraciadamente con lo que sucedía en otros ámbitos, brutalmente represivos. La madre recuerda los gritos y lamentos de algunas mujeres cercanas a la casa familiar, golpeadas en la noche alevosamente por guardias y soldados, en su pretensión de que delatasen donde se ocultaban sus maridos, hermanos o hijos, huidos por los montes, tratando de evitar una muerte segura. La madre, en otra narración, con ojos llorosos y profunda amargura, recuerda a uno de sus primos, teniente de alcalde del pueblo, casado y con seis hijos, fusilado contra las tapias del cementerio de Boisaca, en Santiago, por el delito de haber formado parte de un gobierno local no afín a los vencedores de una guerra civil cruel. No hubo delitos de sangre ni juicio justo, simplemente fué fusilado por venganza, odio y represión. La madre le cuenta a su hijo, con ojos enrojecidos y voz temblorosa, aquellos execrables sucesos, que rematan en un profundo y depresivo silencio.
El hijo investigó y halló, comprobó datos, almacenados en recopilaciones de distintas asociaciones que no quieren olvidar nombres. El hijo sabe que la ley natural un día hará que su madre desaparezca, como lo ha venido haciendo con todas sus hermanas, la última recientemente fallecida, y con ella su memoria, pero no está dispuesto a que esta última se pierda, por eso reproduce aquí una parte de ella. El hijo sabe que en Galicia no hubo guerra civil, pero si una feroz y vengativa represión. En Galicia, la siempre tan conservadora Galicia, como bien se ocuparon de observar nuestros grandes representantes culturales, triunfó la rebelión militar que devino en golpe de estado frente al poder legalmente establecido. Las armas, apoyadas financieramente por las clases más pudientes y una iglesia colaboracionista que ignoró y traicionó la palabra de Dios, vencieron a las urnas y a la razón, dejando atrás el respeto y la humanidad.
Muchas personas en nuestro país no desean que se recuerde, no quieren que se revise lo que dan en llamar la memoria histórica. No se trata sólo de leyes: la historia la escriben siempre los vencedores y resulta difícil de conocer cuando está manipulada o tergiversada, pero si se puede intentar reparar la herida abierta por unos sucesos que nunca debieron haber tenido lugar, unos hechos que abocaron a generaciones a la pobreza económica y cultural, a la emigración, a la falta de libertades, a la ignorancia, al atraso de tantos años...
Por eso el hijo aporta ahora las palabras de una persona con relevante categoría moral e intelectual, las palabras de Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca, un templo del conocimiento como a él le gustaba decir, en un acto propagandístico de aquel nefasto régimen militar y dictatorial en octubre de 1936, con Millán Astray, Carmen Polo y José María Pemán entre los asistentes. Unamuno, conservador y católico, anciano casi, que inicialmente había apoyado a los sublevados e incluso aceptó ser concejal de Salamanca, pronto se dió cuenta de la barbarie y brutalidad que iba sucediendo, y no dudó en enfrentarse dialécticamente a aquel militar irracional, venerador de la muerte, que era Millán Astray. Su intervención finalizó de la siguiente manera: "Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que no tenéis: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España". Unamuno salió del acto entre insultos y saludos fascistas, no fue agredido gracias a la intervención de la esposa de Franco, que lo acompañó fuera de la Universidad tomado del brazo hasta su domicilio, en donde quedó arrestado. Diez dias después Franco firmó la orden de su destitución como rector y el último día de ese mismo desgraciado año el destituído rector, escritor y pensador falleció.
Nota de actualidad:
En el número 1922 del Pais Semanal del pasado domingo 28 de julio, el escritor, guionista, dramaturgo, traductor y periodista peruano Santiago Roncagliolo publicó un interesante articulo titulado "Lecciones para vivos y muertos" en el que pone de manifiesto que los latinoamericanos han conseguido poner ante la Justicia a dirigentes y militares como Francisco Morales, Alberto Fujimori, Jorge Rafael Videla, Augusto Pinochet o a Florencio Flores (Camarada Artemio), lider de Sendero Luminoso, por sus crimenes de lesa humanidad. Roncagliolo reconoce que para los latinoamericanos España y su Transición política fueron un modelo a seguir, pero opina que los crímenes de la Guerra Civil y de la postguerra española han quedado impunes y se ha abandonado a las familias que buscan los cuerpos de sus padres y abuelos desaparecidos; cuando el juez Garzón trató de investigar el paradero de esos cuerpos, fué despedido por el Poder Judicial. El autor cierra su artículo con una frase contundente: "En ese tema (se refiere a la justicia) como en muchos otros, España ha dejado de dar lecciones".
Más notas de actualidad:
Un alcalde del PP afirmó que las personas condenadas a muerte durante el franquismo posiblemente se lo habrían merecido. Al dia siguiente manifestó que la frase se tomó fuera de contexto, en un pleno en que se debatía una moción de condena a las actividades terroristas de Resistencia Galega y se disculpó de la siguiente manera: "si lo que he dicho ha podido generar polémica, se retira y punto". Una curiosa manera de disculparse...que me recuerda un estilo heredado de otro dirigente.
Por su parte el PP exculpó al alcalde, ya que "si bien sus palabras fueron inaceptables, fueron retiradas de forma inmediata". Ni piensa abrirle expediente disciplinario ni mucho menos pedir su renuncia. Prietas las filas...
Es evidente que existe una total falta de sensibilidad democrática en un partido que hace cada vez más bandera de un autoritarismo a ultranza, tanto en sus declaraciones como en sus actuaciones. Parece claro que las manifestaciones del alcalde provienen más bien de un convencimiento personal que de una "desafortunada intervención": no ha rectificado realmente, sólo ha matizado lo que dijo, y su partido le ha dado el parabién...¿será que todos tienen el mismo talante y convencimiento?.
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Gracias Vituco, estaba un poco aburrido y, gracias a este correo, ya tengo algo para leer durante lo que resta de semana.