31 julio 2013

LA PERDIDA DIGNIDAD DE TARSIZIO TONTONE



Para mi amigo Miguel: él ya sabrá el motivo...
 
Los primeros y tibios rayos de sol comenzaban a despuntar por encima de las copas de los cedros plantados en la parte inferior del paseo, acentuando el verdor oscuro de éstos y el otro verdor, más llamativo, del cuidado césped que a esa hora estaba siendo regado por los aspersores automatizados que giraban metódicamente cubriendo la superficie que les había sido asignada. Tarsizio Tontone, que en ese momento caminaba abstraído por el pintado asfalto habilitado para uso peatonal, en la zona que lucía un color marrón desvaído, a diferencia del negro oscuro de la otra zona reservada para la circulación rodada, no pudo evitar el remojón bajo el chorro de agua de uno de los aspersores, al tiempo que emitía un gruñido de protesta, seguido de todo tipo de improperios e imprecaciones. El desahogo fué ignorado por completo por las palomas, gorriones y urracas, que siguieron con sus trinos, graznidos y vuelos más o menos acrobáticos en su progresivo ajetreo matutino.
Con las perneras de los pantalones húmedas y un creciente malhumor, Tarsizio vió truncado de cuajo el prometedor arranque de aquel despejado día de primavera, camino de su centro laboral. Miró hacia el cielo, como exigiendo una rápida y cumplida explicación, y se encontró con el certero impacto de una cagada en la frente. Reaccionó como un resorte, dando un salto hacia atrás, que no arreglaba para nada las consecuencias del impacto, al tiempo que alzaba los brazos como un muñeco y lanzaba un alarido descomunal, que esta vez si hizo callar a los animalillos que por allí pululaban, a excepción de un perro de grandes dimensiones, que muy al contrario, se puso a ladrar ferozmente, enseñando su bien dotada y poblada dentadura. Tarsizio Tontone, al apoyar los pies nuevamente en el asfalto, fué incapaz de controlar la estabilidad de su cuerpo, y trastabillando hacia atrás, acabó insertado en el seto que felizmente le detuvo, ya que a partir del mismo se abría un desnivel de unos tres metros de altura. Lejos de alegrarse por su suerte, se enfureció aún más, perdió totalmente el control y fuera de sí luchó por librarse del abrazo del seto en primera instancia para a continuación echar a correr como un poseso, invadiendo a gritos el recién mojado césped, desplazándose a gran velocidad entre los árboles, hasta que el esfuerzo de la carrera y el cansancio de sus cuerdas vocales le obligaron a detenerse, jadeante, y apoyarse en el tronco de un hermoso ejemplar de arce negundo. Enseguida fué consciente del estropicio provocado en su ropa, con la chaqueta hecha jirones, el pantalón ensuciado y los zapatos encharcados de agua y barro, pero su nivel de consciencia se elevó al comprobar que el cánido que le había comenzado a ladrar se le acercaba a la carrera, a velocidad de vértigo y con una amenazante expresión, acentuada por aquel enorme bistec de color rojizo que asomaba entre sus fauces. Tarsizio solo tuvo tiempo de alzar los brazos instintivamente, tratando de proteger su cabeza, mientras contemplaba con horror el salto del can sobre él; el peso del animal y el choque le hicieron caer derribado como un pelele, pero el azar quiso que el perro, en su impulso, sobrepasase el bulto del hombre y en una mala caída se dañase una de las patas delanteras. De inmediato, para sorpresa de Tarsizio, el can se puso a gemir y lamer su pata dañada, lo que fue aprovechado por el primero para iniciar su huída, desentendiéndose del asunto...
Durante unos segundos una agradable sensación de alivio inundó a Tarsizio Tontone, que comenzaba a recomponer su deslucida presencia física y anímica, pero los hados, en ese día, no parecían muy dispuestos a darle sosiego: el fornido corpachón de un hombre joven, con el pelo cortado al cero, pantalones y botas de asalto negras y una camisa blanca donde un rojo chillón destacaba con la palabra "skinhead" cruzada sobre una calavera, se veía recortado con el sol detrás, precedido de un alarmante e indescriptible grito sobrenatural...
El pobre de Tarsizio Tontone quedó petrificado, anclado al suelo, mientras sus desencajados y horrorizados ojos contemplaban los desencajados y horrorosos ojos de aquel energúmeno que a grandes zancadas se le acercaba en línea recta. Tarsizio cerró los ojos, y trató de taparse los oídos, en un burdo intento de ausentarse de aquella terrible realidad, pero como suele ocurrir en tales ocasiones, el efecto deseado nunca se cumple, y si el contrario: el golpe que recibió en la cara le devolvió con fuerza y a la fuerza al tiempo exacto de su existencia, de manera totalmente irrefutable. A partir de ahi todo se volvió irreal...Tarsizio recordaría toda su vida aquel dia en que aprendió a volar...
En la comisaría, el "skinhead", con el lastimero perro en brazos, había presentado una demanda contra Tarsizio, acusado de agresión al animal, propiedad del energúmeno. La funcionaria, una fea muchacha con el pelo en cresta teñido de azul cobalto, que casualmente pertenecía a la Sociedad Protectora de Animales, miraba con desaprobación y expresión de asco la tumefacta cara del demandado, que como consecuencia de los golpes recibidos era incapaz de hacerse entender mediante la expresión oral: balbuceaba palabras ininteligibles en tanto hilillos de sangre mezclados con baba caían por la comisura de sus labios. Ante la opresiva e intimidante presencia del energúmeno y la eficaz colaboración de la funcionaria con éste, el magullado Tarsizio Tontone pensó que era preferible llegar a un acuerdo rápido y evitar que prosperase aquel despropósito. Se acercó al energúmeno, le cogió por el brazo, percatándose en ese momento de que su mano apenas lograba asir la musculada y dura extremidad de aquel fenómeno, y le mostró unos billetes de 50 euros que previamente sacó de su billetera. La desorbitada mirada del energúmeno fue interpretada inicialmente por Tarsizio Tontone como de sorpresa y aceptación, pero en realidad acabó siendo de sorpresa, si, pero también de indignación: el energúmeno, dado un empujón al atribulado Tarsizio, a grandes voces se dirigió a la funcionaria, que en ese momento se encontraba embobada acariciando al cánido, manifestando que aquel tipejo le pretendía comprar con su sucio dinero...y acto seguido presentó una nueva demanda contra Tarsizio, con la aprobación y connivencia de su aliada.
Con una copia de las denuncias en el bolsillo, el orgullo por los suelos y un aspecto realmente desolador, el pobre Tarsizio Tontone, llevado por un arcaico sentido del deber, decidió ir directamente a su puesto de trabajo en la oficina de la Via delle Vongole de la Casa di Risparmio di San Miniato, en lugar de pasar previamente por su domicilio y adecentarse un poco. Solicitó los servicios de un taxi, y en cuanto se hubo subido al vehículo, el conductor, dando un respingo, se puso en marcha acelerando camino del Hospitale delle Inocenti, hasta que Tarsizio pudo explicarse y darle la dirección correcta para la carrera. En el trayecto tuvo que soportar las miradas a hurtadillas del taxista a través del espejo retrovisor, al tiempo que éste le inquería, insistente, sobre los motivos de su alarmante estado...
A su llegada a la oficina, todas las miradas confluyeron en él. Miradas de estupor, de incredulidad, de sorpresa, que pronto fueron girando hacia la desconfianza y la reprobación por su aspecto; incluso una clienta vieja y antipática manifestó por lo bajo, pero de manera clara, que "como se iba a confiar en los Bancos con empleados de esa guisa". Tarsizio, con la poca dignidad que le quedaba, cruzó rápidamente hacia su despacho, con una leve inclinación de cabeza al tiempo que saludaba con un "buongiorno" a sus estupefactos compañeros. Encendió su ordenador y apenas habían transcurrido un par de minutos hizo presencia el responsable del "uffizio", Alfio Tronatore, con su desagradable nariz aguileña, su mirada inquisitiva e iracunda y su insoportable carácter despótico. Tarsizio tragó saliva, mientras la tronante voz de Alfio Tronatore iba desgranando los retrasos, incumplimientos e ineficacia de su subordinado. En la mente de Tarsizio Tontone un "clic" le hizo desconectar de la realidad, y mientras sus ojos permanecían fijos en el rostro congestionado de su jefe, su pensamiento había recalado en una plácida playa de la costa amalfitana, rodeado de bellezas morenas y rubias en mínimos biquinis, hasta que lo que juraría que eran ladridos, que en realidad eran las voces del "signore" Tronante, le devolvieron a la realidad, justo en el momento en que el primero se volvía desde la puerta hacia él, para asestarle el golpe bajo definitivo: "Y por favor, Tontone, haga el favor de venir un poco más presentable a trabajar".
De vuelta a su casa, ya por la tarde, Tarsizio por fin se adecentó y relajó. Tomó una buena ducha y tras contemplar su mal aspecto en el espejo, decidió ponerse el pijama y echar una cabezadita en cama. Despertó al cabo de unas dos horas, hacia las ocho de la tarde, cuando oyó el sonido de la puerta al abrirse. "Buona sera", dijo la voz desganada de su esposa Tiberia, seguida del tintineo de las llaves al cerrar. La esposa se metió en la cocina, se preparó algo de cena sin contar con Tarsizio, circunstancia esta que se repetía a diario, y posteriormente se dispuso a ver una horrenda serie de televisión para evadirse de la realidad. Tarsizio quedó en cama, leyendo una biografía de Francesco Petrarca y sintiéndose cada vez mejor pensó que era una buena ocasión para intentar lo que el llamaba "el asalto a la fortezza di Tiberia", ya que estaba encamado y duchado, preparado convenientemente para la emboscada. Con un brillo de esperanza y ¿por qué no decirlo?, también de malicia en los ojos, apagó la luz y esperó nervioso y tenso la oportunidad de iniciar su estrategia...
Cuando Tiberia, previo paso por el cuarto de baño para la realización de los ritos que cualquier mujer acostumbra, levantó el embozo de la cama y se introdujo en ella por el lado que le correspondía, Tarsizio vio llegada la señal de despliegue y se situó detrás de su esposa, arrimándose al morlaco, pero esta le rechazó con firmeza al tiempo que le manifestó con su voz chillona: ¡estoy cansada y he tenido un mal dia!..
 
Dos horas después, el insomne Tarsizio, perdida ya totalmente su dignidad, se debatía entre la duda de tomarse un vaso de leche con un somnífero para conciliar el sueño o bien levantarse y ver en la cadena televisiva "RAI SPORT" algún partido en diferido de la "Fiorentina" en su querido "Calcio".
 

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