28 junio 2013

¿EN QUÉ CREEN LOS QUE NO CREEN?




En los últimos tiempos algunas de nuestras discusiones tabernarias han tenido como referente la propia existencia de Dios: hemos subido el nivel del discurso, al tiempo que lo hacía nuestra ingesta alcohólica.
El hecho diferencial de los humanos respecto al resto de especies estriba en la capacidad de pensar. La evolución, en cierto momento, nos dotó de esa capacidad, y aún hoy se discute si esa circunstancia se debe a un mero hecho fortuito o corresponde a una providencia divina. Está demostrado que otras especies tienen cierta memoria, cierto lenguaje y han desarrollado ciertas habilidades, pero no han dado el salto cualitativo "racional". ¿Por qué los humanos si lo hemos logrado?.¿Casualidad, evolución o determinación de un Ser Superior?.
Desde la antigüedad nuestra especie ha desarrollado creencias espirituales y tendido hacia el misticismo como camino de elevación moral. Siempre existió una idea del "mas allá", de una continuidad de nuestro espíritu una vez desligado de la parte corpórea de nuestro ser. Esa idea ha animado y estimulado a nuestros antepasados. A pesar de los avances científicos y técnicos todavía nos hacemos preguntas sobre aspectos aún desconocidos para nosotros y ligados a una idea de trascendencia.
En nuestro interior anidan instintos que pugnan por salir al exterior. Somos capaces de hacer el bien y el mal, tomando referencias morales y éticas para ello. Tenemos la noción de que existen límites que no debemos sobrepasar (volveré más adelante sobre esto) y también tenemos la noción de que debemos practicar el bien. ¿Qué nos impulsa a hacerlo?...¿el acercamiento a la perfección o acaso es la posible existencia de algo superior al que llamamos Dios?.
Es evidente que la mayoría de las religiones contienen conceptos morales, muchos de ellos comunes a todas ellas, sin embargo ninguna cede ante las otras. En Europa es patente la huella moral del cristianismo, como lo es en otras regiones mundiales la del budismo, el islamismo, el hinduismo, o más dispersa, la de la religión hebráica.
Para los laicos son aceptables moralmente los principios contenidos en cualquier religión, siempre que ésta no intente imponer por la fuerza su ideología. En cuanto a la idea de perfección o de la existencia de un Ser Superior, a medida que se han impuesto en el mundo las corrientes tendentes al individualismo, se abrió camino el concepto del Dios personal, como una especie de hiperconciencia que intenta controlar los comportamientos morales del hombre...

Hace años leí una obra titulada "¿En qué creen los que no creen?", la cual en un formato epistolar reunía la correspondencia entre el escritor, filósofo y catedrático de semiótica Umberto Eco y el teólogo Carlo Maria Martini, Arzobispo de Milán y premio Principe de Asturias de Ciencias Sociales del año 2000. La obra versa sobre cuestiones controvertidas, tales como ¿cuando comienza la vida?, el papel de hombres y mujeres en la Iglesia, ¿dónde encuentra el laico la luz del bien?, la falta de fe como injusticia y varias otras, sobrevoladas todas por la idea de la existencia de un Dios (o no). Publicada en España en el año 1997, termina con un coro de autorizadas voces que muestran su opinión sobre los temas tratados, entre las cuales me interesó especialmente la de Claudio Martelli, filósofo y político, que reproduzco parcialmente a continuación:

"La idea liberal de tolerancia afirma el principio de una posible convivencia con aquello que no se comparte. Es un concepto moral flexible aunque no por ello blando: expresa la idea del reconocimiento de la existencia y de la legitimidad de lo diverso, pero también el del malestar por su presencia; un malestar que induce a resistir ante ella, pero de modo contenido y con ciertos limites. Por esta intrínseca capacidad suya de modular los comportamientos de los hombres, es extraña al mundo sin claroscuros de la obligación moral absoluta y carente de mediaciones.
La tolerancia es el resultado de una elección humana deliberada. El cálculo moral, que no es en absoluto ajeno a la ética cristiana, supone que los comportamientos, y con ellos el orden social y civil, dependen de la voluntad y racionalidad de los hombres. Los principios prácticos de la prudencia, la tolerancia, el cálculo de oportunidades o la contención de conflictos pueden guiar la progresiva, parcial y dolorosa renuncia a la intangibilidad de nuestros principios morales - que es necesaria para la nueva convivencia humana a escala planetaria entre religiones y entre creyentes y no creyentes - mucho más que lo que puedan hacerlo explícitas llamadas a un misterio y una metafísica trascendente".

Lo anterior ratifica lo que ya sabemos: somos los humanos los únicos responsables de nuestro destino, aunque en ocasiones pretendamos achacar nuestros problemas a los otros, o intentemos acudir a un Dios que nos socorra cuando lo necesitamos (y al que podamos culpar cuando las cosas van mal). En un párrafo anterior mencioné que tenemos "nociones" de la existencia de límites que no debemos sobrepasar: son los límites morales, sustentados en una ética constantemente revisada, que deberíamos observar en nuestro comportamiento. Límites acotados por la presencia de otros límites, los de los otros, los de los demás, y cuya colisión debemos evitar mediante la tolerancia. No llega (no puede nunca llegar) con nuestra percepción actual para lograr ser tolerantes: debemos mejorar, apoyándonos en una idea de perfección, de camino hacia esa perfección, aún a sabiendas de que muchos, engreídos, ignorantes, intolerantes, egoístas o simplemente cómodos, no lo vayan a hacer. Por otra parte, poco importa si lees la Biblia, el Corán, La Torah, los Vedas, libros de filosofía o cualesquiera otros, siempre que persigas el bien y respetes a los demás...

Pongámosle unas gotas de misticismo...


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