El inspector Blázquez había dejado atrás la cincuentena y con ella algunas de sus ilusiones. Alcanzada la madurez por supuesto había ganado en experiencia y tenía claro su ideario frente a la vida, pero también sentía que había perdido frescura y vigor. Deportista aficionado desde su juventud, su estado físico era saludable y mantenía siempre una actitud positiva ante la adversidad; eso le permitía aparentar menos edad de la real, siendo portador de una aristocrática testa patricia, si bien escasa de pelo, con sus ojos oscuros y vivarachos, su elegante y recta nariz, su boca de sonrisa fácil y su característico hoyuelo en el mentón. Filemón Blázquez también había dejado de fumar hacía unos años, no había padecido ninguna enfermedad grave ni contaba en su debe con operación quirúrgica invasiva relevante, por lo que las únicas huellas que su rostro y cuerpo presentaban eran las debidas al natural paso del tiempo, benévolas en todo caso.
Había estado casado en una ocasión, durante nueve años, tiempo suficiente para pasar por la experiencia vital de ser padre y conocer directamente tanto los buenos momentos conyugales y familiares como los sinsabores de la vida matrimonial. Aunque la ruptura no había resultado traumática y conservaba una buena relación tanto con su ex-esposa como con sus dos hijos (dos guapos, despiertos y robustos chicos), en su fuero interno no le quedaron muchas ganas de profundizar en nuevas relaciones y prefería no pasar del trato superficial con las mujeres que fué conociendo desde entonces: velaba por su intimidad.
Sus gustos personales por la gastronomía y el vestir hacían que sus amigos le considerasen un auténtico "bon vivant". En las reuniones sociales se distinguía por su sencilla elegancia y su preclaro criterio y sorprendía solicitando los vinos por su cepa y estilo, al modo del nuevo mundo, en lugar de hacerlo por su región de procedencia. No tenía platos ni bebidas preferidas, sino que gustaba de variar y probar, queriendo siempre aprender, conocer lo novedoso. Era una compañía fiable para sus amistades, que se dejaban aconsejar por él sin dudarlo, en la seguridad de que siempre solía acertar en sus elecciones. Le gustaba el arte en general, y la música y el cine en particular; en sus gustos musicales tenía una gran amplitud de miras, desde los grandes del barroco hasta el romanticismo, desde la música de cámara a la sinfónica, o desde la ópera a los ballets. En el cine era amante de los clásicos y sus grandes diálogos, pero no desdeñaba el cine actual, aunque prefería a los directores menos comerciales. Era poseedor, además, del don de la palabra: hablaba con soltura, sin pretenciosidad, haciendo gala de una buena cultura y de una irreprochable educación; pero lo mejor de todo era su extraordinaria capacidad para empatizar con los demás, amparada en su facilidad para escuchar, para prestar tiempo y atención a sus interlocutores.
En lo profesional el inspector Blázquez atravesaba una mala racha bajo el mando del nuevo comisario, un petardo inútil y arribista, que había prosperado gracias a su proverbial servilismo; el comisario solía apuntarse todos los tantos que correspondían al inspector, utilizando el descarado sistema de apropiarse de los casos en curso, una vez que estos estaban cercanos a su resolución. El cabrón del comisario Fernández le endosaba asunto tras asunto y cuando estos se encontraban maduros y avanzados, a punto de caramelo como quien dice, se los retiraba dejándole con la miel en los labios...todo el mundo en la comisaría lo sabía, e incluso los superiores del comisario estaban al tanto de sus artimañas, pero nadie hacía nada por solucionarlo, lo que exasperaba al inspector. Sus esperanzas de progresar en el escalafón y con ello mejorar sus condiciones económicas ya se habían esfumado...
El miércoles, el tercer día desde la desaparición del hombre del caso que le habían asignado, y dia siguiente al que le llegó el conocimiento del mismo, carecía de novedad alguna al respecto, por lo que decidió realizar algunas pesquisas fuera del horario de trabajo, ya que debía ultimar un par de casos anteriores en los que estaba trabajando, apremiado para su resolución por el imbécil del comisario. Aprovechó una llamada de Elena Gómez para informarle de que se pasaría por la cafetería en donde le vieron por última vez el domingo a mediodía, y fué la propia señorita Gómez quien le propuso acompañarle, ya que conocía al dueño y al personal del establecimiento, gracias a las ocasiones en que había ido por alli con su novio. Quedaron de verse esa misma tarde del miércoles a las 20,30 horas en la referida cafetería.
El inspector Blázquez llegó a la cafetería "O vintecatro" de Beade exactamente a las 20,25 horas, fiel a su arraigada costumbre de adelantarse cinco minutos a las citas comprometidas. Observó que el edificio, una casa grande de piedra de buena estructura, se había construído en una zona con acusado desnivel, razón por la cual desde la calle (más bien carretera), aparecía situada a la altura de un primer piso. Desde la zona se divisaba una hermosa vista de la ciudad de Vigo, con la ría al fondo. Accedió a la cafetería por un lateral que dada a una terraza techada con lonas y amparada con el mismo material de las inclemencias del tiempo; en la terraza habían sido dispuestas varias mesas con algunos ocupantes distraídos contemplando un televisor de grandes dimensiones adosado a la pared. Tras franquear la puerta de aluminio lacado en blanco, se encontró la barra del bar a su izquierda y la zona de mesas a la derecha, presidida también por otro televisor de gran tamaño al que los clientes dirigían sus miradas, unos de manera furtiva mientras charlaban, expectantes ante la posibilidad de que fueran receptores de una posible gran noticia en primicia, otros embobados, con la voluntad anulada, conectados mediante hilos invisibles al emisor totémico por excelencia, verdadero Dios, aparte del dinero, de la aborregada sociedad actual.
No vió a Elena Gómez en el local, por lo que decidió acodarse en la barra y esperar tranquilamente tomándose una copa de albariño...
La espera no fué por mucho tiempo ya que apenas unos minutos más tarde llegó la dama, provocando a su paso reacciones en cadena, en forma de perplejas miradas de admiración a su entrada en la cafetería. El inspector Blázquez y Elena Gómez se sonrieron en la distancia y ella sorprendió al primero estampándole un par de besos en la cara a modo de saludo, al tiempo que una vaharada de su perfume lo envolvía...
-¿Cóoomo está?-balbuceó él, una vez repuesto de la impresión.
-¡Muy bien!, ¿y tú?-respondió ella saltándose con naturalidad la barrera del usted.
-¡Bien, bien...! pero sigo sin pistas sobre el asunto de su...de tu novio.
-¡A ver si conseguimos averigüar algo aqui...!-dijo ella- ¿Nos sentamos?.
-Si, claro, claro...allá al fondo,...¿te parece bien?.
Se sentaron en una mesa cercana a una ventana y alejada del televisor. Al momento una jovencita morena, delgada, de ojos oscuros y frente despejada, con el pelo recogido hacia atrás les pidió la consumición: una caña para ella y otra copa de vino albariño para él.
-Gracias Goretti-dijo una vez fue servida- ¿está por ahi Gerardo?.-añadió Elena.
-No-contestó la chica-pero debe estar al llegar.
Filemón Blázquez comentó con Elena los pormenores de la investigación que cursaba sin éxito alguno y ella intercambió con él algunos aspectos de su trabajo como secretaria judicial en el nº 11 de Primera Instancia de Vigo, lo que podría ser de utilidad para agilizar algunos trámites de la desaparición, si era necesario, contactando con algún colega. Pronto la sintonía entre ambos hizo derivar la conversación hacia cuestiones más personales; los dos se encontraban muy cómodos comentando aspectos cercanos a su propia intimidad, sorprendidos de la naturalidad con que sus palabras fluían. La franca sonrisa de ella animaba a profundizar en la conversación e iba embrujando al inspector; la seguridad y delicadeza de él daban alas a la confianza de ella, que también iba abriéndose camino, desbrozando el mutuo e inesperado conocimiento en su incipiente relación. El tiempo transcurrió ajeno a la medida estándar y pasó como un soplo, sin que ellos apenas se dieran cuenta...
-¡Hola Elena!-les interrumpió una voz masculina.
-¡Hola Gerardo!-devolvió ella el saludo con una sonrisa-te presento al inspector Blázquez-añadió.
El nuevo personaje y el inspector Blázquez se saludaron cortésmente. Gerardo era el dueño del negocio, un hombre que rebasaba la cuarentena, según delataban unas entreveradas canas en su pelo negro. A pesar de su incipiente barriga se le veía con aspecto atlético y portador de un buen atractivo físico.
-Verá, Gerardo-inició la pregunta el inspector-como sabe, estamos investigando la desaparición de Carlos Martinez, el novio de Elena...¿recuerda algún detalle que le haya llamado la atención durante el tiempo que estuvo aquí el domingo?.
-Pues no, inspector. Estuvo con su grupo de amigos, como otras veces, tomándose unas cañas. Al cabo de un rato se marcharon, sin más...
-¿Habló usted con él ese dia?.
-No. Solo nos saludamos, no noté nada raro en su comportamiento, si es eso lo que me quiere preguntar...
-Si, bueno, no nos sirve de gran ayuda, pero gracias de todas formas, le dejo esta tarjeta con mi número de teléfono por si se acuerda de algo-añadió el inspector Blázquez.
Una vez solos, el inspector y Elena Gómez comentaron las negativas perspectivas a las que la investigación se encaminaba y la nula efectividad de la visita a la cafetería en que se encontraban, pero pronto derivó la conversación hacia los aspectos personales, como una continuación natural de la iniciada hacía unos minutos. El tiempo volvió a perder sus contornos y su medida se difuminó, hasta que la irrupción en el local de un ruidoso grupo de hombres de edad madura alteró el orden acústico establecido y les hizo volver momentáneamente al presente. El inspector les echó un vistazo mientras se acomodaban en una mesa al fondo, advirtiendo que varios de los recién entrados miraban sin disimulo a Elena y comentaban entre ellos con cara de complicidad masculina...al escuchar que uno de los componentes de la pandilla decía "¡qué buena está la hija de puta...!" le dirigió una mirada interrogativa a Elena Gómez, que sonreía sin disimulo...
-No te preocupes, ya estoy acostumbrada-tranquilizó al inspector.
Siguieron un rato más en la cafetería, tiempo suficiente para comprobar como el nivel de decibelios del grupo de machos iba subiendo paulatinamente. Alrededor de las 21,45 horas Elena Gómez le propuso al inspector acercarse a cenar algo al Restaurante Asador Soriano, si no tenía otro compromiso, a lo que el veterano y halagado policía repuso enseguida que por supuesto que no tenía ningún otro compromiso y que estaría encantado de acompañarla, pero que no la quería aburrir con su sosa compañía.
-No seas tonto-contestó ella-vámonos.
El inspector abonó la consumición y de inmediato abandonaron la cafetería perseguidos por las miradas de deseo del grupo de maduritos. Cuando alcanzaron la puerta todavía pudieron escuchar algún que otro comentario en voz alta acerca de los atributos físicos de Elena, al que no prestaron mayor atención...
Afuera la noche estrellada y el aire fresco se le presentaron a Filemón Blázquez como un escenario irreal, como un bello decorado de película o de teatro, como si estuviese viviendo un sueño imposible dentro de su monótona vida de solitario. Verse acompañado por aquella atractiva y agradable mujer le estaba recordando emociones que habían permanecido relegadas, olvidadas reposando llenas de polvo en el anaquel desordenado de su memoria.
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DEJATE DE MARICONADAS, EL CULPABLE ES EL MAYORDOMO.
ADEMAS ES SEGURO QUE LA TAL ELENA SOLO BUSCA QUE LE PAGUEN LA CENA, PERO DE CAMA, NADA DE NADA.