Día 1
La jornada transcurría con la placentera normalidad dominical que tanto agradaba a nuestro protagonista; la comida se había desarrollado entre conversaciones de perfil bajo, sin honduras innecesarias que eventualmente provocasen algún tipo de controversia que finalmente diese al traste con la paz interior que había anidado y arraigado en el "pater familias" nominal de aquel elemento nuclear y fundamental de toda sociedad. De manera convencional y consuetudinaria aprovechó el momento que marcaba el inicio de la retirada de la vajilla, la cubertería y la cristalería de la mesa, para hacerse el sueco y escabullirse del comedor con la consabida disculpa de darse una vuelta por la finca para estirar las piernas. Una vez alcanzado el exterior del "triclinium", se vió sorprendido por la luminosidad inhabitual de aquel primer dia soleado del año, y bizqueando los ojos y alargando las extremidades en un involuntario ejercicio de estiramiento, al tiempo que sus mandibulas se abrían en un bostezo descomunal, inició el recorrido por sus vastas posesiones.
Se le veía satisfecho y optimista, acariciado por aquel agradecido sol vespertino que ya había iniciado su descenso desde el cénit, caminando con parsimonia con las manos entrecruzadas en la espalda, mientras pasaba revista a los distintos seres vivos que emergían casi inmóviles y verticalmente desde el verdor de la hierba. Reparó en las incipientes yemas que asomaban en los extremos de las ramillas de los árboles y se acercó para comprobar con minuciosidad de botánico la sorprendente aceleración de la estación primaveral que nuevamente pretendía adelantarse a su tiempo. Aspiró el aire circundante con profundidad y cerró los ojos, identificando los aromas que le resultaban tan reconocibles y entrañables; henchido de felicidad continuó su placentero paseo hacia la parte superior, donde estaba instalado el portal de forja que marcaba los confines de su territorio, y volvió su mirada desde aquella leve elevación hacia la casa, destacada en primer plano sobre un fondo que iba descendiendo con suavidad hacia el centro de la ciudad, tapada en ese momento por una espesa niebla; quien sabe por que motivo, justo en ese momento a su mente acudió uno de sus pensamientos favoritos: "de Regadas p'abajo, todos p'al carajo".
Regresó sobre sus pasos, caminando despreocupado sobre las losas que él mismo había colocado en su día con esmerado primor y echó un último vistazo antes de adentrarse nuevamente en el hogar. No había apenas traspasado el umbral de la puerta de corredera, cuando algo hizo "clic" en su aquietado cerebro; percibió de inmediato la desasosegante sensación de que "algo" no cuadraba y dio la vuelta sobre sus pasos, repasando con ojos escrutadores, minucioso, milimétricamente, toda la superficie de la finca. La inspección ocular dió prontamente sus frutos y localizó en una esquina, cerca del muro, un pequeño montículo terroso que provocó de inmediato su alarma: receloso, en guardia, notando como en las sienes le latía con fuerza el creciente flujo sanguíneo, fué aproximándose con la lentitud precavida, premiosa y contenida del depredador...
Día 2
Los lunes siempre son normalmente días de mierda, pero si la noche anterior no has dormido bien y no estás prejubilado, se convierten en penosos e inacabables. El insomnio pasaba factura a aquella piltrafa humana, atrapada entre su actividad laboral y el inquebrantable deseo de rematar la jornada para regresar a su casa. Su proverbial falta de locuacidad ese día se había incrementado hasta llegar prácticamente al mutismo, razón por la cual los pocos clientes que esperaban ser atendidos le rehuían, al comprobar su gesto adusto y su aire más que mustio, desabrido e intempestivo. Dirigía su mirada con frecuencia a la muñeca de su mano izquierda, en un gesto que cualquiera de sus amigos le hubiese afeado, recordándole los "tics" de su suegra, obsesionada como él estaba ahora con el transcurrir del tiempo, que no le daba pasado. Se movía con la inquietud del que está desajustado con todo lo que le rodea, incómodo y fuera de lugar y de época: parecía un animal enjaulado.
No podía evitar el recuerdo de su hiriente visión de la tarde del domingo anterior, que tanto le sobresaltó, ¿cómo pudo ocurrir...?. Él, que se había esforzado en prevenir todo tipo de imprevistos desagradables, que todo lo realizaba con metodología obsesiva, que se documentaba adecuadamente antes de decidir una intervención en el siempre desconcertante mundo de la naturaleza, que repasaba una y otra vez hasta el más mínimo detalle, tuvo que sufrir aquella horrorosa y humillante visión...
Un imbécil le sacó de sus concentrados pensamientos:
- Buenos dias, ¿a cómo pagan los intereses de plazo?.
- ¡Y a mi que me cuenta! - le contestó con aspereza - ¡Vaya usted a Novagalicia Banco y pida unas preferentes!.
El individuo en cuestión dudó unos instantes espoleado por su deseo de replicar, pero al ver el rostro congestionado y amoratado de su interlocutor, con los ojos a punto de escaparse de sus órbitas, el horripilante rictus de odio que mostraba su boca y aquellos puños enormes cerrados que con amenazante lentitud se iban elevando, mudó sus dudas por una certeza clarividente y decidió largarse sin despedirse, en un decidido afán de evitar ser el sustituto de un saco de boxeo.
Ya de regreso en su domicilio su estado de ánimo no era mejor; evitó mirar hacia el rincón maldito y se adentró en el reconfortante y caldeado comedor. Taciturno y lacónico en sus respuestas, como era habitual, no llamó la atención de la familia reunida alrededor de la mesa; tan solo su esposa, desconfiada y buena conocedora del percal que tenía delante, dirigía su mirada alternativamente al plato y al rostro ceñudo de su marido, preguntándose que mosca le había picado para no tener apetito...
- ¿No tienes hambre? - le preguntó.
- No - respondió él - ayer dormí mal y no he tenido un buen dia...
A esto, como era de esperar, le siguió la consabida reprimenda femenina - "que si yo tampoco dormí bien, que si no valoras mi trabajo, que si te crees que eres el único que hace algo en este mundo, etc..." - que el no llegó a escuchar, ya que puso su cerebro en modo automático de autista a las primeras de cambio. Veía la cara de su esposa, cada vez más alterada y enfadada, contemplaba ausente sus gestos, a cada momento dotados de más amplitud y velocidad, pero no la oía...cuando ella se levantó furibunda de la mesa, él la imitó, y abatido y cabizbajo, abandonó la estancia.
Salió directamente hacia el rincón que tanto le atormentaba, lleno de aprensión y malas vibraciones, y para cuando su vista alcanzó la distancia adecuada, pudo comprobar, para su desgracia, que al lado del montoncito de tierra del día anterior había ahora un segundo montoncito gemelar...
Día 3
En la tarde se reunió consigo mismo en el cuarto de reflexión y arrepentimiento, así llamado porque era donde quedaba confinado tras toda discusión conyugal. Sentado mirando al techo, fijando su vista en un punto determinado del paramento superior, se sumió en una esforzada e inusual meditación, que acabó rematando en un profundo sueño. El sueño, además de reparador también fue fructífero y una vez abiertos los ojos y devuelto al mundo de la vigilia, tomó una decisión sorprendente, una rareza en él, ya que en apariencia la estrategia que había diseñado y se preparaba para implantar, gozaba de una irrefutable racionalidad: clavaría unas profundas estacas delimitando la zona donde habían aparecido los vestigios de la invasión, de tal manera que el responsable de aquella ominosa agresión territorial quedase atrapado en ella.
Más animado y esperanzado, comenzó su trabajo bajo la casa, en el creativo lugar donde almacenaba toda clase de cachivaches y objetos inservibles. Aprovechó unas maderas de varias cajas que por allí estaban esparcidas en el ordenado desorden que sólo él era capaz de interpretar, las recortó y afiló por uno de sus extremos, y las cargó sobre los hombros. A continuación tomó y sopesó varios de los martillos de su extensa colección, hasta elegir uno apropiado, en peso, tamaño y utilidad, para el propósito de su causa, y salió al exterior, tarareando la conocida canción de los enanitos de Blancanieves:
- ¡Ayvó, ayvó, cantando al trabajar...!.
Realizó el arduo trabajo sin desmayo y a buen ritmo, con un resultado a todas luces excelente. Aquello parecía un precioso corralito, a tal punto de que si hubiese introducido dentro unas cuantas gallináceas, éstas se encontrarían en una especie de paraíso donde podrían poner y poner huevos a discreción, en un ámbito de máxima tranquilidad y con un confort excepcional. Satisfecho contempló con orgullo su obra, al tiempo que su suegra se aproximaba, intrigada por la utilidad de aquel novedoso invento de su yerno; estaba a punto de preguntarle para que servía, pero en el último momento cambió de idea y le preguntó, como siempre, la hora.
Cenó relajado y confiado, y antes de acostarse decidió darse un garbeo por la zona militarizada. Comprobó que un tercer montoncito había aparecido dentro del recinto cerrado, lo que convalidaba perfectamente la estrategia que había diseñado.
- ¡Cabrón! - dirigió su imprecación al interior de la empalizada - ¡mañana voy a ir a por ti! - añadió relamiéndose de gusto con una mueca ambivalente, que podría ser tanto de futura venganza como de íntima satisfacción - ¡date por muerto! - fueron las palabras que remataron sus nada veladas amenazas.
Esa noche la pasó descansando como un bendito, durmiendo despreocupado a pierna suelta, y roncando al ritmo de las notas de su canción favorita, que le traía en sueños los queridos aires de su tierra natal : "A cabritinha".
Día 4
La jornada laboral se desarrolló sin incidencias reseñables, a excepción de su exaltado estado de ánimo y locuacidad, que provocaba la extrañeza de sus compañeros de trabajo y de muchos clientes, intrigados ante aquel inusual despliegue de buen rollito. Se encontraba en armonía con el universo, todo a su alrededor fluía con naturalidad, los engranajes del mundo encajaban a la perfección, y por momentos su portentoso ente físico parecía iniciar una incipiente levitación.
Al llegar a casa abrazó y besó efusivamente a su suegra, dejando boquiabierta a su esposa, a la que más tarde le tocó ser achuchada con una pasión marital desconocida, mientras los pequeños de la casa, aparentemente cándidos, pero siempre certeros y perfectamente orientados con las antenas puestas, mantenían una mínima y nada desdeñable conversación:
- ¿Qué lle pasa ao avó? - preguntó la nieta a su hermano.
- ¡Debe vir de festa, parece bébedo! - respondió el nieto mayor.
La comida tuvo lugar en un ambiente de cordialidad y armonía, como no se recordaba en bastante tiempo, con risas y buen humor, impulsadas por el contagioso optimismo de nuestro protagonista, que derrochaba agudeza y fina ironía en sus cortas pero intensas intervenciones verbales. Todo se encaminaba hacia la perfección, como las notas musicales de una orquesta de virtuosos en buena sintonía, y nuestro protagonista notaba la levedad de su espíritu flotando apaciblemente en aquella reunión familiar, que no deseaba que se terminase...
Silbando con despreocupación se dirigió con ligereza de gacela a la sala de operaciones donde guardaba todos los instrumentos necesarios para realizar la actividad campestre que tanto le seducía. Se detuvo largamente en escoger una azada apropiada para la labor que tenía previsto realizar en lo inmediato, calibrando con su mano diestra los distintos aperos que a su juicio podrían ser útiles para la misión, y cuando finalmente se decidió por una, con un mango que se ajustaba como un guante al tamaño de sus manazas, la esgrimió en alto y se dirigió con la resolución de un iluminado a cumplir con la misión que el destino le había encomendado, cantando a voz en grito con gran alegría:
"Se non tedes sachos,
tragúemolos nós
arados de ferro
e carros con bois".
Pero el buen humor se le cortó de inmediato cuando comprobó que fuera de la zona de control delimitada con las estacas que había clavado en el césped, en la estrategia que paciente y perseverantemente había diseñado y ejecutado, ante su vista se presentaba un nuevo montículo terroso, y no sólo eso: ¡aquel hijo de puta tenía la desfachatez de asomar sus bigotillos fuera de los túneles, e incluso parecía que le estaba saludando con sus feas y blancuzcas patas zapadoras!. Desesperado y fuera de sí, nuestro protagonista corrió hacia el tálpido blandiendo su azada con la aviesa intención de abrirle el cráneo a aquel miserable con el que compartía buena parte de su composición de ADN, pero aquel, adivinando sus movimientos y antes de que le asestase un certero golpe, se escabulló dentro de su elaborada obra de ingeniería subterránea y desapareció con presteza en la intrincada madriguera.
Los golpes de azada se sucedían en movimientos espasmódicos y febriles, levantando terrones de tierra y hierba que trazaban trayectorias aleatorias en el aire para caer algunos de ellos en la cocorota de aquel pobre indivíduo que profería todo tipo de improperios, mientras goterones de sudor se deslizaban, ratificando la ley de la gravedad, desde su cabeza ahora bermellona, hasta sus grandes pies, con tal profusión que parecía que de un momento a otro se iba a deshidratar por completo. Desde el quicio de la puerta, su esposa, que nada más comenzar el espectáculo acudió alarmada por los incongruentes sonidos, valoraba la posibilidad de que el especímen humano que estaba contemplando se hubiese vuelto definitivamente majara, y tal eventualidad provocó que su rostro se iluminara beatíficamente ante la cercana posibilidad de recluir a su marido en un psiquiátrico, incapacitándolo de manera definitiva, pero el sexto sentido del que por desgracia carecemos los varones se hizo patente una vez más en ella y alejando aquel fuerte deseo de su mente, se introdujo de nuevo en la casa, para seguir afrontando la realidad cotidiana...
- ¡No caerá esa breva! - pensó para si.
Día 5
Como era de esperar, había nuevos montículos de tierra esparcidos por el césped, fuera de la zona en la que habían aparecido los primeros: ¡aquello era ya una plaga!.
El terrateniente calvo se rascó la testa mientras en su poco evolucionado cerebro se sucedían los chisporrotazos que evidenciaban una intensa actividad comunicativa entre las pocas terminales neuronales que le quedaban en activo. Cambió de estrategia y se decidió a la desesperada por una combinación de sistemas de extinción de topos: trampas, cebos, repelentes, gasolina...
Trabajó con denuedo hasta la extenuación, en las zonas en las que se había manifestado la plaga, y estableció una nueva linea de contención con estacas delimitando aquellas, que cada vez eran más amplias. Rendido por el cansancio se fué directamente al dormitorio, inapetente y deslomado, entregándose en los brazos de Morfeo de inmediato.
En la fase REM las imágenes oníricas se sucedían una tras otra en su cerebro, y por supuesto tenían que ver con topos. La más recurrente reproducía la secuencia siguiente:
"El se encontraba sentado, contemplando el césped, relajado y feliz, cuando advertía que la tierra comenzaba a estremecerse. Delante de sus narices un gran cráter se iba elevando, hasta casi alcanzar el tamaño de una casa, y de él emergían las grandes zapas y una cabeza de un topo gigante, cuyos grandes bigotes se movían en todas direcciones, tratando de captar mediante el olfato la presencia de algún gusano que llevarse a la boca. Sus ciegos ojos parecían reparar en el hombre que tenía ante sí y que contemplaba horrorizado la escena. El topo salía totalmente de su agujero y levantaba una de sus grandes zarpas en dirección al individuo, que estaba paralizado, totalmente incapaz de moverse, viendo aterrorizado como la pata de aquel animal descomunal se le venía encima...".
Sobresaltado, agitado y soltando un grito de terror despertó del sueño: estaba empapado en sudor y temblaba como si la temperatura ambiente fuese gélida. Se sentó en la cama y hundió la cabeza entre sus manos, presa de la desesperación: ¡me estoy volviendo loco!.
Bajó vestido con su ridículo pijama con motivos del demonio de Tasmania a la cocina y se tomó un vaso de agua, mientras dirigía una mirada furtiva hacia el exterior. Decidió echar un vistazo...
Era una noche de luna clara, de temperatura agradable, aunque ya comenzaba a refrescar; no había visto la hora, aunque supuso que la noche estaba bastante avanzada. Todo estaba sereno y apenas una leve brisa dejaba sentir sus efectos; bordeó la casa y a medida que sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad pudo vislumbrar la impactante imagen de los numerosos y pequeños cráteres que cubrían casi todo el césped, y que recordaban un campo minado en miniatura, que hubiese sido explosionado en su totalidad. La desoladora y desalentadora visión dejaba muy claro que su estrategia combinada anti-plaga había fracasado estrepitosamente...
Allí mismo alzó su mirada al cielo y abrió los brazos en un imperioso gesto que parecía demandar alguna explicación racional a todo aquello que estaba sucediendo, pero ninguna de las estrellas lejanas, ninguno de los planetas, ningún satélite ni cometa y ningún astro celeste le envió señal alguna que él pudiera interpretar.
Completamente derrotado regresó a la cama, acompañado por la abrumadora certeza de que no podría dormir...
Día 6
- ¡Qué no le puedo vender tytadine!, ¿está usted loco?. ¡No!, ¡tampoco le puedo vender goma-2!. ¡Necesita un permiso especial del Ministerio de Industria! - el empleado de la armería se esforzaba en hacer entrar en razón a aquel tipo calvo y con ojeras que parecía llevar una semana sin dormir...
- ¡Pues déme ciclonita! - le respondió el empecinado calvo insomne.
- ¡Tampoco le puedo vender ciclonita!, ¿es usted un terrorista? - el dependiente no sabía ya como tratar a aquel individuo, y cambió de táctica, bajando la voz y vocalizando cuidadosamente, en un intento de ser más persuasivo - Oigame bien, ¿por qué no se va usted a su casita, se toma un cola-cao con unas galletitas y una pastillita de orfidal o de dormidina y se acuesta y duerme profundamente, que le vendrá bien descansar?.
- ¡No, prefiero coger una de esas cañas de pescar y metérsela por el puto culo! - fueron las últimas palabras que pudo escuchar el dependiente, antes de sentir la asfixiante presión de las manazas de aquel desquiciado comprador en su cuello...
Cargado de material explosivo, nuestro irritable protagonista conducía zigzagueando a gran velocidad su vehículo marca OPEL en una suicida ascensión hacia la parroquia viguesa de Bembrive, haciendo chirriar los neumáticos, mientras los amortiguadores, el sistema de suspensión y el resto de la mecánica del sufrido vehículo que pilotaba rendían al máximo para evitar que aquel anormal se estampase en cualquiera de las numerosas curvas que adornaban tan tortuoso vial. Minutos después se escuchó la primera explosión, que traspasó la única orilla del afamado rio Eifonso para adentrarse en la vecina parroquia de Beade, despertando de la siesta a un individuo que roncaba a pierna suelta en una tumbona dispuesta al lado de su piscina, mientras el mundo descansaba, a su vez, de su desmedida e incontenible verborrea.
Relativamente lejos de alli, en una vivienda de la planta quinta de un edificio con vistas al monte del Castro, cierto sagaz individuo de pelo blanco sonreía de manera aviesa mientras acariciaba con su mano izquierda el lomo de un pequeño topillo que guardaba en una caja. Su sonrisa se ensanchó más cuando escuchó la segunda detonación y se convirtió en una descontrolada y espasmódica carcajada al escuchar la tercera detonación y las siguientes...
- ¡Ah, mi queridísimo topo! - le dijo lleno de júbilo al animal - ¡para ti he reservado la misión más especial..! - añadió - ¡con un poco de suerte conseguiré que ese bruto haga volar su propia casa!.
Aquella noche el pequeño tálpido cambió de residencia y se instaló feliz en una prometedora zona verde, casi pegada a una vivienda localizada en Regadas, Bembrive. No tardó mucho en iniciar su actividad, llamado por su instinto natural, y comenzó a horadar la tierra con sus pequeñas patas zapadoras, adaptadas especialmente para la construcción de túneles en parques y jardines...
Y el hombre del pelo blanco, descansando plácidamente en su cama con una angélica sonrisa dibujada en los labios, valoraba que no estaba nada mal aquello de ser prejubilado y gozar de tanto tiempo libre para dedicarse a actividades tan creativas y reconfortantes...
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Marditos Goedoges!!!
maad
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Así te entre el puto topo por el culo y te salga por la boca...
¡¡¡cabrón!!!
¡que llevo dos semanas sin dormir!
jml
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Estas como una puta cabra, ojalá el puto topo te hubiese entrado a ti por un túnel trasero y peludo que yo me se, son las 3 y 20 de la mañana, me puse a leer tu relato que es lo que hago cuando no me da el sueño para quedarme dormido, pero el de hoy consiguió el efecto contrario, ahora no soy capaz de dormir pensando en la pobre Puri y lo que tiene que aguantar.
jantonio
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