03 octubre 2010

EL ZAR LEOPOLDO-LOS INICIOS




En el siglo pasado, un jovencísimo Zar Leopoldo asistió a una representación de Nabucco en el teatro imperial de San Petersburgo.La bellísima ópera impactó al sensible jovenzuelo que lloriqueaba sin cesar ante el estupor de sus súbditos.Sabíase de su tendencia al disfrute de las artes plásticas, la arquitectura, la poesía y la lírica.Solía recitar bellos sonetos y rimas en palacio,con el beneplácito de la nobleza que le rendía pleitesía.Paseaba su hermosa presencia por los salones de baile palaciegos, y las relevantes damitas casaderas de aquella época feliz suspiraban por danzar un minuet, un bourrè o un vals con él, mientras contemplaban embelesadas los gráciles rizos que coronaban la regia cabeza de Leopoldo girando al compás de sus varoniles movimientos.Sin embargo nadie le había visto hasta entonces tan vívidamente emocionado como en aquel momento.
La culpa de tal demostración sentimental fue, al parecer de la también jovencísima soprano italiana que debutaba, precisamente, con aquella representación.El enorme y lujoso palco del Zar se situaba en el proscenio del teatro, prácticamente encima del escenario y tan pronto la diva salió al mismo, Leopoldo tuvo una nítida visión cenital del generoso escote de la joven, al que siguió una también nítida, inevitable e irrefrenable erección, que a pesar de sus esfuerzos no pudo ocultar a sus acompañantes.El tenso momento, y nunca mejor dicho, duró una eternidad, ya que la diva era obligada por los aplausos del público enfervorecido a salir al escenario a saludar una y otra vez, hecho que realizaba con una leve reverencia, inclinándose ligeramente hacia adelante, lo que ponía todavía más al descubierto su maravillosamente contorneado pecho, provocando en el pobre Leopoldo un cada vez mayor enardecimiento entre sus piernas.Ya no sabía donde meterse, ni donde meterla.
Terminada la representación, el Zar, todavía con problemas evidentes, intentó caminar, lo que le resultó de todo punto imposible y decidió quedarse un rato a solas meditando, no sin antes dar precisas instrucciones para que le fuese presentada en su palacio la joven y bellísima soprano italiana.También dió instrucciones para que le trajesen hielo, puesto que le apetecía un vodka.
Ya en palacio, en una espectacular recepción privada en el salón de honor, Leopoldo, visiblemente expectante y nervioso, escuchó la voz del chambelán que anunció tras la presentación del archiduque Albertus Broncowsky a la maravillosa joven que estaba esperando: la deseada Concepzione Vilarina.Al verla al Zar le dió un vuelco el corazón,le temblaron las piernas y de inmediato le regresó la incómoda turgencia.
De la recepción al baile, se derrochó lujo, champán, caviar, distinguidísimos invitados, nobleza y belleza por doquier.A la luz de la luna,en la terraza que daba a los inmensos y cuidados jardines de estilo afrancesado, en una noche estrellada, donde la suave brisa del Báltico mecía los cabellos y los corazones de ambos, el joven Zar pidió la mano de la joven diva.En aquel preciso momento se hizo patente el primer atisbo del carácter que acompañaría la vida de la Vilarina. Contestó un NO rotundo, e informó que debía consultarlo con la mamma y los pappas. No es que tuviese dos padres,no. Con esto último quería expresar que su unión, de producirse, debía contar con la aprobación de sus padres y también con la del Papa de Roma, ya que como buena italiana, ella era muy católica.
Leopoldo quedó atónito por la respuesta de la joven, á él nadie le decía jamás que no.Absolutamente nadie antes le había dicho que no.Nadie osaba llevarle la contraria.Orgulloso e imperial abandonó el palacio, dejando plantados a los invitados, ordenó que le trajesen la mejor monta de sus caballerizas y partió al galope hacia rumbo desconocido.
Fueron días y noches de forja de su recio y duro carácter, cruzando el cáucaso, adentrándose en la estepa, haciendo frente a un inclemente y desfavorable clima.Quería para si la soledad,quería olvidar y comportarse como un cosaco, incluso se dejó un bigote que endurecía sus rasgos e incrementaba su aspecto hosco y viril.Incapaz de pensar,ofuscado y a la defensiva cabalgó sin cesar con el odio golpeando su corazón de piedra.
Hasta que en un atardecer con el sol recortando la épica silueta ecuestre que componía con su montura, se dió cuenta de lo loco y cansado que estaba y apaciguándose poco a poco fué deteniendo la marcha.Aspiró el frío aire estepario y su mente, vagando sin querer fué trayéndole la imagen de la joven Concepzione.El roce de la montura y el suave vaivén le producían un agradable cosquilleo en las ingles.Notó con meridiana claridad su virilidad inflamada.Miró a su alrededor, ningún vestigio de vida humana, ningún vestigio de vida animal, sólo la vasta inmensidad de la estepa,dominada por la tundra.Bajó la mirada hacia su bajo vientre y precisamente en ese momento giró hacia él la cabeza su montura, que no era un caballo sino una yegua, a la que había puesto el extraño nombre de "Ribadavia".Ambos, caballero y yegua quedaron mirándose de hito en hito largo rato, detenidamente, como interrogándose sin palabras, con un leve brillo de deseo en los ojos, hasta que la noche les cubrió con su oscuridad.
A la mañana siguiente Leopoldo se levantó de excelente humor.Había tomado una decisión: A él nadie le daba calabazas.Volvería a por Concepzione Vilarina con o sin autorización de la mamma y de los pappas, aunque tuviese que enfrentarse al mundo entero.Intentó montar la yegua, pero esta rehusó, intimidada. Le dió unas palmaditas en el lomo, cogió las riendas y comenzó a caminar tirando del animal.Observó que la yegua caminaba ligeramente escarranchada de los cuartos traseros, posiblemente como consecuencia de las largas cabalgadas.Sonrió y pensó en la joven italiana, totalmente despreocupado,esperanzado y feliz.
EDICIONES EL PEDAL
2010-All rights reserved

No hay comentarios: