

Cada dia, nada más levantarme, me dirijo al baño y de manera automática inicio mis rutinas.El primer gran momento de la jornada llega con la ducha, donde tengo la oportunidad de masajear y sentir mi cuerpo, autohacerme exquisitos toqueteos y abrazarme a mi mismo, en una espiral de placer que solo los narcisistas podemos entender.
Tras un dificultoso proceso de secado, motivado por las peculiaridades de mi bella cobertura y la inevitable tentación de demorarme en volver a tocar mi piel, paso a la sesión de afeitado, donde con gran esmero y cuidado me libero de la hermosa, pero superflua y plateada barba que recubre la parte inferior de mi modélico rostro.Es en ese instante, recién rasurado y frente al espejo, cuando percibo una brutal oleada de autoestima que me recorre, al contemplarme embelesado, con mis perfectas facciones reflejadas.A duras penas contengo el llanto de alegría, el corazón desbocado, al saberme tan guapo.
Más tarde, al vestirme (que pena que tenga que hacerlo, ya que mi cuerpo es tan bello que no debería ocultarlo), utilizo un espejo de cuerpo entero para rematar el nudo de la corbata y admirar el grandioso espectáculo que componen mi elegancia y donosura.Como un cánon de la moda o un Petronio de corte clásico, me ajusto los manguitos y la visera y en ese momento me entran dudas.El conjunto se resiente y no lo acabo de ver claro.He llegado a la conclusión de que éstos no son los complementos ideales para un perfeccionista como yo.
En mis ensoñaciones a veces me veo ajustándome la montera, como los grandes toreros.Exhibiendo el traje de luces, con estilo y ademanes goyescos, contemplando la taleguilla, marcando el sugerente y alargado bulto que baja o asciende, según se mire, pegado a uno de los bien formados muslos.Me veo en plan maestro, estudiando cuidadosamente por donde derrota el bicho, si tiene querencia por las tablas o prefiere el centro del albero, calibrando el porte, la calidad de las acometidas y todo aquello que pueda resultarme útil para afrontar la faena.Otras veces, con los ojos entrecerrados, me imagino tocado con chistera, lo que contribuiría a alargar mi ya esbelta figura, elegantemente vestido de frac, por supuesto negro, aportando un punto de seriedad a mi admirable presencia.Sin duda contribuiría a impactar todavía más, si cabe, a las personas a las que abordase con motivo de cualquier interpelación o demanda.
Decididamente, en la vida, hay que tomar decisiones.Soplan aires de cambio.Voy a dejar los manguitos, el lápiz en la oreja y la visera.Soy un hombre frente al espejo que ahora se reconoce a si mismo con el traje de torero y el frac.
Muchos animales mudan de piel en su vida, adecuándose a las estaciones o a una nueva etapa adulta, para la cual ya no precisan la que dejan atrás.Intento aprender de la naturaleza.Mi trayectoria define el resultado evolutivo: gusano, crisálida, mariposón.
Copyright Reverendo
Ediciones El Pedal
2010 Año del Cambio
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