
Hemos sido testigos de un hecho excepcional.
Es cierto que ayer vivimos una jornada emotiva, primero con la agradable
y sorpresiva presencia de nuestro bienquerido Miguel, y más tarde con la
cena de despedida del sorprendente Juan Antonio.No es menos cierto que,
muy posiblemente en estas circunstancias se hubiese creado un clima
idóneo y especial, un caldo de cultivo en el cual los llamados para la
gloria, aquellos tocados por la gracia de Dios, pudiesen destapar el
tarro de las esencias y brindarnos un momento mágico.
El espectáculo estaba servido y el escenario era el oportuno.Todavía
retengo en la retina ese instante fugaz con que fuimos deleitados.
Se habla mucho del gol de Maradona a Inglaterra o del penalti de
Panenka.
Banalidades.
¿Acaso tiene parangón la jugada de ayer con cualquier otro evento
anterior?
¡No, señores no!.
Vivimos la gloria de contemplar una creación única e irrepetible.Algo
inexplicable, sorprendente, inaudito e impredecible.
Cuando percibí la grandeza del momento, me vi totalmente desbordado por
la emoción.Imaginé las gradas llenas de público enardecido, aplaudiendo
enajenado puesto en pie, aclamando al ídolo.Me sentí en el teatro de los
sueños, mudo espectador de la genialidad del Elegido.Me sentí
empequeñecido ante el brutal talento de aquel monstruo y claudiqué ante
la dura evidencia de que a pesar del tesón, esfuerzo, dedicación y
espíritu de sacrificio que me caracteriza, distaba años luz de la
potente creatividad del Supremo.
Solo de un cerebro privilegiado, que pugna por expandirse fuera de los
límites que le impone su caja craneana podría esperarse tal
jugada.Afirmo que no me siento digno de compartir equipo con el mago y
reconozco su infinita superioridad, agradeciendo de su magnanimidad que
en cualquier futura ocasión nos obsequie con nuevas entregas de su
repertorio.
Me siento incapaz de relatar con fidelidad como se desarrolló ese
glorioso momento.No encuentro palabras que puedan definir esa
sobrenatural concepción futbolística.
Me quedo con la imagen de Felipe, campaneando en medio del campo,
manteniendo un equilibrio inestable, a punto de precipitarse al suelo,
los ojos extraviados, reflejando la estupefacción e incredulidad, la
sorpresa ante la inimaginable creación de ese Ser Superior.La hilaridad
que le sobrevino a continuación no fué más que la nerviosa válvula de
escape que su cerebro, en su incomprensión, pertrechó para no perder la
cordura, tras semejante demostración de irracionalidad creativa.
No puedo ni debo pronunciar su nombre.
Es el nuevo Profeta del gol.
Una nueva era ha comenzado.